19 de agosto de 2009

Leszek Kołakowski, un filósofo en busca de la verdad


Firmado por Josemaría Carabante
Fecha: 21 Julio 2009
Leszek Kołakowski nació en Radom (Polonia) en 1927 y ha sido uno de los filósofos polacos más importantes del siglo XX. Alcanzó cierto renombre internacional con la publicación a finales de los años setenta de un exhaustivo estudio sobre el marxismo y sus derivaciones filosóficas y políticas (Las principales corrientes del marxismo). En tres gruesos volúmenes, el filósofo polaco ajustaba cuentas con la ideología que le había cegado tras la II Guerra Mundial, cuando se afilió al Partido Comunista de su país. Lo cierto, sin embargo, es que muy pronto inició un proceso de desmitificación que le condujo a desconfiar de un régimen marcado por su carácter antidemocrático y sustentado en una ideología con presupuestos filosóficos insostenibles.

Considerado primero como un revisionista, las autoridades polacas comenzaron a recelar de aquel intelectual heterodoxo que cada vez con más éxito criticaba la falta de libertades y el anquilosamiento del sistema comunista polaco. No es de extrañar que decidieran actuar contra este personaje hostil e incómodo para el régimen: en 1968 fue expulsado del partido y despojado de su cátedra de Historia de la Filosofía en Varsovia. Acompañado de su esposa, Kołakowski se exilió y recaló, primero, en la Universidad de Berkeley y, más tarde, en Oxford, donde finalmente falleció el pasado 17 de julio.

Las principales corrientes del marxismo, considerada su obra más importante, fue en su momento un boom: frente a la interpretación oficial, que sostenía que el estalinismo constituía una degeneración o forma impura de la doctrina original de Marx, Kołakowski concluía que los regímenes totalitarios comunistas no eran una falsificación ideológica del marxismo, sino una consecuencia lógica de su sistema filosófico. Además de repasar los elementos más problemáticos de esta filosofía, en particular su determinismo histórico, Kołakowski realizaba un minucioso recorrido por las transformaciones del pensamiento marxista, desde sus orígenes en Marx y Engels, hasta el comunismo francés de finales de los sesenta, pasando por la Escuela de Frankfurt y el comunismo chino. Todavía hoy Las principales corrientes del marxismo sigue siendo un libro fundamental para comprender la trascendencia histórica y filosófica del marxismo.

Tensión especulativa

Su evolución hacia posturas políticas más liberales y su compromiso con la democracia y los derechos humanos se acentuaron durante su estancia en Oxford, donde trabó amistad con intelectuales de la talla de Isaiah Berlin, entre otros. Kołakowski supo asimilar la tolerancia y el realismo político británico, sin por ello renunciar a sus profundos anhelos por mejorar la situación política y social. Como Berlin, consideraba que la política debía favorecer el compromiso y el equilibrio entre valores contrapuestos. Y afirmaba que aunque las utopías tenían sus funciones, “deberían seguir siendo eso: utopías”. No dudó apoyar en su momento la lucha contra el régimen comunista de Polonia que inició Wałęsa con el sindicato Solidaridad, a principios de los ochenta.

Kołakowski nunca se consideró a sí mismo como un filósofo político en el estricto sentido de la palabra. Es verdad que el resto de su producción intelectual ha sido en ocasiones dejado de lado frente a la magnitud y altura de su libro sobre el marxismo. Sin embargo, en una de sus últimas entrevistas, confesaba que no consideraba esta obra como la más importante.

La mayoría de sus ensayos se inscriben dentro de la historia de las ideas (La filosofía positivista, Las preguntas de los grandes filósofos) y en el campo de la filosofía de la religión (Si Dios no existe). Se caracterizan por la amenidad, la erudición y, sobre todo, la tensión especulativa. Se opuso por igual al positivismo como a aquellas tendencias filosóficas que proponían abandonar la pretensión de alcanzar verdades definitivas. Con mirada esperanzadora, trabajó por devolver a la filosofía lo que consideraba que era su misión original: la posibilidad de hacerse permanentemente preguntas sobre el sentido del mundo, pero teniendo en cuenta que la búsqueda de la verdad exige en principio su existencia. Su último libro, Las preguntas de los grandes filósofos (ver Aceprensa 8-04-2009) es una buena muestra de su concepción filosófica.

La religión ocupa un lugar destacado en su trayectoria; no en vano, en Si Dios no existeindicó que el problema principal del ateísmo racionalista es su falta de comprensión del fenómeno religioso y el peligro de divinizar el poder del hombre. Entendía que las creencias religiosas eran una “parte irremplazable” de la cultura porque en ellas se condensan algunas de las respuestas que la humanidad ha dado a la pregunta por el sentido y la finalidad de la existencia. De hecho, afirmaba que las normas morales adquieren su validez en contextos religiosos y que la diferencia entre bien y mal le viene ya dada al hombre. “Si lo que buscamos son respuestas reales a las preocupaciones más reales de los seres humanos –decía–, entonces podemos hallarlas en la religión.Necesitamos creer que la vida humana tiene un sentido. Pero no encontramos ese sentido en ningún otro empeño si no es en las tradiciones religiosas” .

(Pura Sánchez Zamorano, “Entrevista a Leszek Kołakowski”, Cuadernos de Pensamiento Político 22, abril-junio 2009).

Karl Löwith (1897 - 1973)


Fue un filósofo judío-alemán, estudiante de Heidegger. Al igual que la mayor parte de sus colegas de profesión dejó Alemania durante la epoca del Nazismo. Paso cinco años (1936-1941) en Japón, pero regresó en 1952 para enseñar como profesor de filosofía en Heidelberg.

Él es probablemente más conocido por sus dos libros De Hegel a Nietzsche, que describen la decadencia de la filosofía clásica alemana, y su ignificado en la Historia, que trata de la problemática relación entre la teología y la historia. Para Löwith el argumento del Significado de la Historia es que la vistión de la historia occidental es confusa por la relación entre la fe cristiana y la visión moderna, que no es ni cristiana ni pagana.

Löwith describe esta relación haciendo referencia a historiadores famosos y a filósofos occidentales, que incluyen a Burckhardt, Marx, Hegel, Voltaire, Vico, Bossuet, Agustín y Orosius. La conciencia histórica moderna, según Löwith, se deriva de la cristiandad. Sin embargo señala que los cristianos no son un pueblo histórico, ya que su visión del mundo se basa en la fé. Esto explica la tendencia de la historia (y la filosofía) a una visión escatológica del progreso de la humanidad.

 BIOGRAFIA:



Karl Löwith (Múnich, Alemania, 9 de enero de 1897 - Heidelberg, Alemania, 26 de mayo de 1973), fue uno de los primeros discípulos de Heidegger `y luego uno de sus más agudos críticos, a quien conoció a través de E. Husserl en Friburgo, por los años veinte. Löwith abandonó Alemania en 1936 a causa de su origen judío. Vivió durante algunos años en Japón, donde resultó fascinado por la relación de la filosofía zen con una nada no originada en el nihilismo. En 1941 se trasladó a los Estados Unidos, y regresó luego a Alemania, donde enseñó en la Universidad de Heidelberg. Löwith considera el desarrollo del pensamiento europeo como un proceso de secularización de la visión teológico-bíblica de la historia, caracterizada a su vez por la esperanza de un `futuro escatológico-.

Para distanciarse de la violencia del logos occidental, Löwith se orienta a una naturaleza no considerada como historia, destino ni creación, y en la que la muerte es una componente ante la cual el sujeto no encuentra su autenticidad. `Historia del mundo y salvación` es sin duda la obra mayor de Karl Löwith, la que ejerció la influencia más duradera sobre la filosofía política en tanto es una de las fuentes principales de un tema central en el debate contemporáneo: el de la secularización. Obra singular, estrechamente ligada con el destino personal de su autor, fue publicada por primera vez en los Estados Unidos, en 1949, bajo el título `Meaning in History`.


Historia del mundo y salvación
Los presupuestos teológicos de la filosofía de la historia
Weltgeschichte und Heilsgeschehen.

Die theologischen Voraussetzungen der Geschichtsphilosophie
traducción: Norberto Espinosa

Diez años posterior a De Hegel a Nietzsche, que fue concluido en Japón en momentos en que se iniciaba la Segunda Guerra Mundial. El propósito obvio de la obra está indicado por el subtítulo: la filosofía de la historia descansa sobre presupuestos teológicos generalmente ignorados o negados. Löwith no pregona el retorno a una visión teológica de las cosas humanas; somete a examen crítico las bases comunes de la teología y de la filosofía de la historia, y apela a una interrogación de los fundamentos metafísicos que han pasado desapercibidos para la racionalidad occidental.


La obra de Karl Löwith
Escrita durante el exilio en Japón y publicada en 1939, 'De Hegel a Nietzsche' ha sido considerada un clásico y juzgada, con razón, como la obra más importante sobre la filosofía y la historia intelectual del siglo XIX. En ella, Karl Löwith comienza con un examen de las relaciones entre Hegel y Goethe para, a continuación, discutir de qué manera los discípulos de Hegel -y particularmente Marx y Kierkegaard- interpretaron, o reinterpretaron, el pensamiento del maestro.

Al señalar a Marx y a Kierkegaard como los precursores del "decisionismo" -con el cual la filosofía legitimaba sus incursiones en el mundo histórico, Löwith se propone la tarea de desacreditar al historicismo en tanto responsable del nihilismo filosófico y del decisionismo político. Y al orientar su pensamiento hacia la "despotenciación de la conciencia histórica", rehabilita teóricamente la dimensión reprimida por el pensamiento historicista: la naturaleza.



De Hegel a Nietzsche tiene, entonces, la peculiaridad de ser un estudio histórico pensado como una respuesta a la identificación de mundo e historia; un intento de contrarrestar los efectos de la conciencia histórica utilizando sus propias armas. Löwith asume ese proyecto paradójico desde la certeza de que, una vez eliminado el presupuesto de la divinidad del cosmos, ya no es posible un retorno a la actitud contemplativa. "El gran libro de Karl Löwith" Alasdair MacIntyre, The New York Review of Books, septembre de 1964

KARL LÖWITH
DE “De Hegel a Nietzsche. La quiebra revolucionaria del pensamiento en el siglo XIX. Marx y Kierkegaard.
Traducción de Emilio Estiú. Publicada por Editorial Sudamericana en Buenos Aires, en 1968.

Ernst Jünger.


Escritor, filósofo, novelista e historiador alemán (1895 - 1998).
Fue el último ganador de la medalla Pour le Mérite, la última persona condecorada en morir, y la persona más joven en recibir la preciada condecoración, con sólo 23 años.

Entre la guerra y el ascenso de Hitler al poder en Alemania, Jünger formó parte de la órbita de una compleja corriente político-cultural llamado "Konservative Revolution" o revolución conservadora alemana, de la que formaron parte, además de diversos grupos, autores como Ernst Von Salomon, Werner Sombart, Carl Schmitt o Oswald Spengler. Algunas de las características más importantes que definieron a la "Konservative revolution" fue su nacionalismo radical, su rechazo al liberalismo decimonónico, o a la Revolución francesa. Dentro de esta corriente, Jünger publicó libros como "La guerra como experiencia interior", "La movilización general" o "El trabajador".

Uno de sus últimos textos es "Die Schere" (La Tijera), publicado en 1989, cuando Jünger contaba con 95 años de edad. De gran valor histórico y literario son sus diarios de la II Guerra Mundial ("Radiaciones"). En la actualidad se considera su obra como una de las mayores contribuciones a la literatura en lengua alemana en el siglo XX.



Link a : El mundo transformado, de Ernst Jünger: por Manuel Arranz


La tradición: Ernst Junger


Link a la pagina de la Tradición

La Seducción de Siracusa:



Mark Lilla, catedrático de Historia Intelectual Europea en la Universidad de Chicago, estudia en este ensayo, las razones que llevaron a los intelectuales europeos del siglo XX a avalar toda clase de tiranías, y pone de contraejemplo el rechazo de Platón a la tiranía de Dionisio en Siracusa. Es un ensayo que relaciona a los intelectuales y la política, y pone de contraejemplo el rechazo de Platón a la tiranía de Dionisio en Siracusa.

Este ensayo cobra actualidad en el contexto actual en donde en muchos ámbitos de la vida en la ciudad vemos la repetición de esta situación que se remonta a la época de Platón.

En su Carta VII, Platón razona su fracaso: había sido invitado en tres ocasiones a Siracusa, en Sicilia, para ayudar en la educación política de Dionisio II. El propósito de Platón fue el de aplicar en la realidad sus tesis del Rey Filósofo, es decir, el gobernante que tuviera las virtudes de la filosofía en la gobernación de la realidad y sus contradicciones. En tres ocasiones fracasó. En una de ellas, cuentan, Platón fue vendido como esclavo por Dionisio II y hubo de pasar vicisitudes varias para recuperar la libertad. Ninguno de sus tres viajes a Siracusa acabaría bien.

El fracaso de Platón en Siracusa ha sido establecido como símbolo de la relación frustrada entre la inteligencia y el poder, entre el intelectual y el príncipe, entre el escritor y el Estado.

En su ensayo titulado La seducción de Siracusa (Letras Libres, VI,63, 2004) Mark Lilla explica el curioso fenómeno dado en todas las épocas relativo al hecho constatable de que una buena cantidad de intelectuales han sucumbido a los embrujos del poder despótico, avalando con su prestigio, su pluma y sus ideas regímenes que a todas luces enarbolaron (y enarbolan) tiranías que jamás debieron contar con el apoyo de gente dispuesta al pensamiento. A estos individuos llamó Lilla “intelectuales filotiránicos”, caracterizándolos en sus fundamentos por la ausencia de autoconocimiento y humildad. Los ejemplos sobran: para nadie es un secreto que muchos intelectuales nunca alzaron la voz para condenar regímenes totalitarios. La lista es tan larga como sorprendente, sobre todo porque está formada por nombres que, cuando menos en el plano teórico, suponemos que jamás se prestarían para justificar y suscribir gobiernos que apelan a la fuerza, al terror, a la coacción de millones de ciudadanos.

Cabe entonces hacerse la pregunta: ¿qué llega a suceder en lo más profundo de la mente de los hombres, al punto de que lleguen a apoyar dictaduras tanto de izquierda como de derecha? Lilla comienza a responder tomando como punto de sostén a Platón.

En tal sentido, los hombres pueden ser víctimas de sus pasiones, que marcan el camino hacia un lado o hacia otro en tanto incitan poner rumbo hacia la filosofía o la tiranía. Se dice que hay un tirano en todos nosotros, un tirano que se embriaga con el Eros de su Yo proyectado hacia el mundo y que sueña con cambiar a éste de raíz. Si en un ejercicio riguroso de autoconocimiento, el intelectual identifica en sí mismo esa fuerza, si la dirige y controla, el impulso puede guiarlo hacia el bien y a otros fines superiores. Si no, esa pasión puede llegar a dominarlo.

Notemos la característica que posibilita el control de las pasiones: autoconocerse. El dominio de sí mismo, el hecho de entender cómo funciona esa fuerza extraordinaria que impulsa a la filotiranía para plantarle cara y evadirla, de algún modo está presente, si abrimos bien los ojos, en el discurso de Pericles, pues la democracia, amplio concepto que lleva en sus entrañas la búsqueda de la belleza (tal y como la concibieron los griegos del siglo V a.C.), la sabiduría, el entendimiento, el aprendizaje, la deliberación, la reflexión, el conocimiento y la libertad, es exactamente lo contrario a aquello que forma parte constitutiva de las tiranías. Conocer y conocernos implica una de las búsquedas fundamentales de la democracia, y no es gratuito que Pericles, al explicar su noción de ésta, apele a términos que en conjunto apuntan a la “sabiduría” requerida para alzarse con ella.

Es necesario entonces deslindar el conocimiento de las pasiones (razón/pasión) porque “es difícil encontrar un siglo de la historia europea mejor diseñado que el último para excitar las pasiones del pensamiento y llevarlo al desastre político. Claro, la debilidad en torno al conocimiento de sí mismos, la resquebrajadura ante el Eros que pierde al individuo cuando no se puede controlar, da lugar al intelectual filotiránico que Lilla propone, análogo de aquel maestro, orador o poeta circunscrito a tiempos de Pericles, donde todavía la palabra “intelectual” no aparecía en el horizonte. Estos hombres son peligrosos por la razón sencilla de que “están abrasados por las ideas, Como Dionisio.

Queda claro que las pasiones se imponen, a falta de autodominio y autoconocimiento, a la razón. Desde Pericles, es posible darse cuenta del esfuerzo puesto en la consecución de lo contrario, esto es, en que se persiga a la sabiduría como forma de contrarrestar al Eros del Yo proyectado hacia el mundo. Los caminos torcidos por los que toman rumbo ciertos individuos, llegando a niveles de justificación de horrores perpetrados por el poder omnímodo, no dejan de llamar la atención en el presente, tanto como lo hicieron ayer. Los pensadores, los intelectuales, los que se empeñan en propiciar el común entendimiento y la libertad son los llamados a actuar con la mayor responsabilidad, con la mayor honestidad, con la mayor humildad ante el fenómeno que Lilla ha denominado como filotiranía. De alguna extraña manera, el discurso fúnebre de Pericles denota y combate esta preocupación.

El artículo completo se encuentra en la pestaña de Scribd al final del Blog



Tributo a la lengua griega

“Siempre agradeceré a Scauro que me hiciera estudiar el griego a temprana edad. Aun era un niño cuando por primera vez probé a escribir con el estilo* los caracteres de ese alfabeto desconocido; empezaba mi gran extrañamiento, mis grandes viajes y el sentimiento de una elección tan deliberada y tan involuntaria como el amor. Amé esa lengua por su flexibilidad de cuerpo bien adiestrado, su riqueza de vocabulario donde a cada palabra se siente el contacto directo y variado de las realidades, y porque casi todo lo que los hombres han dicho de mejor lo han dicho en griego. Bien sé que hay otros idiomas, están petrificados, o aún les falta nacer. Los sacerdotes egipcios me mostraron sus antiguos símbolos, signos más que palabras, antiquísimos esfuerzos por clasificar el mundo y las cosas, habla sepulcral de una raza muerta.(..)

Nada igual la belleza de una inscripción votiva o funeraria latina; esas pocas palabras grabadas en la piedra resumen con majestad impersonal todo lo que el mundo necesita saber de nosotros. Yo he administrado el imperio en latín; mi epitafio será inscrito en latín sobre los muros de mi mausoleo a orillas del Tiber; pero he pensado y he vivido en griego.”

Publio Elio Adriano.

La seducción de Siracusa

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