19 de agosto de 2009

La Seducción de Siracusa:



Mark Lilla, catedrático de Historia Intelectual Europea en la Universidad de Chicago, estudia en este ensayo, las razones que llevaron a los intelectuales europeos del siglo XX a avalar toda clase de tiranías, y pone de contraejemplo el rechazo de Platón a la tiranía de Dionisio en Siracusa. Es un ensayo que relaciona a los intelectuales y la política, y pone de contraejemplo el rechazo de Platón a la tiranía de Dionisio en Siracusa.

Este ensayo cobra actualidad en el contexto actual en donde en muchos ámbitos de la vida en la ciudad vemos la repetición de esta situación que se remonta a la época de Platón.

En su Carta VII, Platón razona su fracaso: había sido invitado en tres ocasiones a Siracusa, en Sicilia, para ayudar en la educación política de Dionisio II. El propósito de Platón fue el de aplicar en la realidad sus tesis del Rey Filósofo, es decir, el gobernante que tuviera las virtudes de la filosofía en la gobernación de la realidad y sus contradicciones. En tres ocasiones fracasó. En una de ellas, cuentan, Platón fue vendido como esclavo por Dionisio II y hubo de pasar vicisitudes varias para recuperar la libertad. Ninguno de sus tres viajes a Siracusa acabaría bien.

El fracaso de Platón en Siracusa ha sido establecido como símbolo de la relación frustrada entre la inteligencia y el poder, entre el intelectual y el príncipe, entre el escritor y el Estado.

En su ensayo titulado La seducción de Siracusa (Letras Libres, VI,63, 2004) Mark Lilla explica el curioso fenómeno dado en todas las épocas relativo al hecho constatable de que una buena cantidad de intelectuales han sucumbido a los embrujos del poder despótico, avalando con su prestigio, su pluma y sus ideas regímenes que a todas luces enarbolaron (y enarbolan) tiranías que jamás debieron contar con el apoyo de gente dispuesta al pensamiento. A estos individuos llamó Lilla “intelectuales filotiránicos”, caracterizándolos en sus fundamentos por la ausencia de autoconocimiento y humildad. Los ejemplos sobran: para nadie es un secreto que muchos intelectuales nunca alzaron la voz para condenar regímenes totalitarios. La lista es tan larga como sorprendente, sobre todo porque está formada por nombres que, cuando menos en el plano teórico, suponemos que jamás se prestarían para justificar y suscribir gobiernos que apelan a la fuerza, al terror, a la coacción de millones de ciudadanos.

Cabe entonces hacerse la pregunta: ¿qué llega a suceder en lo más profundo de la mente de los hombres, al punto de que lleguen a apoyar dictaduras tanto de izquierda como de derecha? Lilla comienza a responder tomando como punto de sostén a Platón.

En tal sentido, los hombres pueden ser víctimas de sus pasiones, que marcan el camino hacia un lado o hacia otro en tanto incitan poner rumbo hacia la filosofía o la tiranía. Se dice que hay un tirano en todos nosotros, un tirano que se embriaga con el Eros de su Yo proyectado hacia el mundo y que sueña con cambiar a éste de raíz. Si en un ejercicio riguroso de autoconocimiento, el intelectual identifica en sí mismo esa fuerza, si la dirige y controla, el impulso puede guiarlo hacia el bien y a otros fines superiores. Si no, esa pasión puede llegar a dominarlo.

Notemos la característica que posibilita el control de las pasiones: autoconocerse. El dominio de sí mismo, el hecho de entender cómo funciona esa fuerza extraordinaria que impulsa a la filotiranía para plantarle cara y evadirla, de algún modo está presente, si abrimos bien los ojos, en el discurso de Pericles, pues la democracia, amplio concepto que lleva en sus entrañas la búsqueda de la belleza (tal y como la concibieron los griegos del siglo V a.C.), la sabiduría, el entendimiento, el aprendizaje, la deliberación, la reflexión, el conocimiento y la libertad, es exactamente lo contrario a aquello que forma parte constitutiva de las tiranías. Conocer y conocernos implica una de las búsquedas fundamentales de la democracia, y no es gratuito que Pericles, al explicar su noción de ésta, apele a términos que en conjunto apuntan a la “sabiduría” requerida para alzarse con ella.

Es necesario entonces deslindar el conocimiento de las pasiones (razón/pasión) porque “es difícil encontrar un siglo de la historia europea mejor diseñado que el último para excitar las pasiones del pensamiento y llevarlo al desastre político. Claro, la debilidad en torno al conocimiento de sí mismos, la resquebrajadura ante el Eros que pierde al individuo cuando no se puede controlar, da lugar al intelectual filotiránico que Lilla propone, análogo de aquel maestro, orador o poeta circunscrito a tiempos de Pericles, donde todavía la palabra “intelectual” no aparecía en el horizonte. Estos hombres son peligrosos por la razón sencilla de que “están abrasados por las ideas, Como Dionisio.

Queda claro que las pasiones se imponen, a falta de autodominio y autoconocimiento, a la razón. Desde Pericles, es posible darse cuenta del esfuerzo puesto en la consecución de lo contrario, esto es, en que se persiga a la sabiduría como forma de contrarrestar al Eros del Yo proyectado hacia el mundo. Los caminos torcidos por los que toman rumbo ciertos individuos, llegando a niveles de justificación de horrores perpetrados por el poder omnímodo, no dejan de llamar la atención en el presente, tanto como lo hicieron ayer. Los pensadores, los intelectuales, los que se empeñan en propiciar el común entendimiento y la libertad son los llamados a actuar con la mayor responsabilidad, con la mayor honestidad, con la mayor humildad ante el fenómeno que Lilla ha denominado como filotiranía. De alguna extraña manera, el discurso fúnebre de Pericles denota y combate esta preocupación.

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Tributo a la lengua griega

“Siempre agradeceré a Scauro que me hiciera estudiar el griego a temprana edad. Aun era un niño cuando por primera vez probé a escribir con el estilo* los caracteres de ese alfabeto desconocido; empezaba mi gran extrañamiento, mis grandes viajes y el sentimiento de una elección tan deliberada y tan involuntaria como el amor. Amé esa lengua por su flexibilidad de cuerpo bien adiestrado, su riqueza de vocabulario donde a cada palabra se siente el contacto directo y variado de las realidades, y porque casi todo lo que los hombres han dicho de mejor lo han dicho en griego. Bien sé que hay otros idiomas, están petrificados, o aún les falta nacer. Los sacerdotes egipcios me mostraron sus antiguos símbolos, signos más que palabras, antiquísimos esfuerzos por clasificar el mundo y las cosas, habla sepulcral de una raza muerta.(..)

Nada igual la belleza de una inscripción votiva o funeraria latina; esas pocas palabras grabadas en la piedra resumen con majestad impersonal todo lo que el mundo necesita saber de nosotros. Yo he administrado el imperio en latín; mi epitafio será inscrito en latín sobre los muros de mi mausoleo a orillas del Tiber; pero he pensado y he vivido en griego.”

Publio Elio Adriano.

La seducción de Siracusa

1 comentario:

  1. Algo que me llamo mucho la atencion fu una frase dentro del texto: "..el amor busca el bien pero tambien puede involuntariamente servir al mal..", creo que es algo que explica de alguna manera la relacion entre las buenas intenciones y lo que, por el impetu y el apasionamiento, se logra hacer. Quisas es por este motivo que los regimenes totalitarios logran "cautivar" a algunos intelectuales , ya que las dictaduras son como niños insolentes que no nececitan de permiso ni consultas para hacer lo que crean mas beneficioso para sus ideales,creyendo ser los intelectuales los que encaminan estos ideales, y la pregunta es:¿sierven para algo estos ideales?

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