17 de enero de 2010

El Murciélago de Johan Strauss


Johann Strauss II era el rey indiscutible de la música de baile en la corte vienesa del Emperador Francisco José.

El libreto de Die Fledermaus (El murciélago) fue redactado por Carl Haffner y Richard Genée sobre dos fuentes, un exitoso vodevil francés de Henri Meilhac y Ludovic Halévy, frecuentes libretistas de Offenbahc, titulado Le Réveillion (La Nochebuena) y por otro una obra de teatro alemana, Das Gefàngnis (La prisión) de Julius Roderich Benedix.

Die Fledermaus (El Murciélago) se estrenó triunfalmente el 5 de Abril de 1874, en el famoso Teather an der Wien, donde también habían estrenado obras Beethoven y Schubert.



El texto es de una calidad deslumbrante para el género, y bajo la pátina superficial del entretenimiento ligero y alegre podemos descubrir todo un comentario crítico con la alta burguesía de la época.



Cabe preguntarse porqué, mientras en otros países los tiempos se regían por un estricto código moral en lo que respecta a los roles sociales y sexuales, la corte vienesa permitiera la exhibición pública de una comedia en la que se celebra de manera tan abierta la libertad sexual "Chacun à son goût!", los entretenimientos lúdicos, la "bella chispa divina" del alcohol y la "joie de vivre". Es escasamente imaginable que una obra semejante, a no ser que se hubiera tamizado hasta lo irreconocible en la censura, se representara, por ejemplo, en la contemporánea Inglaterra de la reina Victoria o en la España de la Restauración.





Trama:
Referencia biográfica:

La música de Antonín Dvorák, alma y reflejo de la época nacionalista


De todos los grandes compositores, quizás ninguno, tal vez, escribió tanta música en tantos géneros, como Dvorak, ya que aún mucha sigue siendo poco conocida e inexplorada. Sus últimas tres sinfonías, el Concierto para cello, la obertura de Carnaval, Danzas Eslavas, American String Quartet y Dumka, Trío para piano, se encuentran entre las más populares obras en el repertorio musical de Dvorak.

Sin embargo, Dvorak escribió trece obras más que son de una calidad sorprendentemente coherente. Sus sinfonías anteriores y otras obras orquestales más cortas, incluyendo los poemas de tono magistral sobre la base de las fábulas del folklore de los niños rara vez son programadas.

Mientras Rusalka se ha convertido en repertorio estándar, Dvorak es el compositor de otras nueve óperas como Dimitrij, Kate y el Diablo, El Jacobino, y El Rey y los quemadores de carbón; además de muchas de obras más que incluyen las Sinfonías Nos. 7, 8 y 9, el Concierto para cello, el Romance a violín, Canto a la Luna de Rusalka y el Te Deum.

Pero lo más interesante son las obras que rara vez se escuchan: En el reino de la Naturaleza, Mi patria, el Cuarteto de cuerdas 106, la Sinfonía nº 3, La bruja del mediodía, y extractos de El Jacobino y el Oratorio Santa Ludmila.

Dvorak tenía un gran don melódico, que es comparable con el de Schubert. Cuando joven tocaba la viola, toco en diferentes orquestas, y aprendió como suena una orquestra desde adentro, y en mi concepto esta experiencia no lo dejó mientras desarrolló su habilidad como compositor.



Dvorak tenía un don innato para la composición de gran escala, fue su habilidad de puntuación lo que realmente llevo su música a destacar. Las Orquestaciones de Dvorak son mucho más coloridas y personales e imaginativas que las de Schubert, pero en el ámbito de la música sinfónica, no es su orquestación, tanto como la increíble intensidad de las ideas musicales, lo más importante. Con Dvorak las ideas no siempre pueden ser tan intensas, pero están tan bien organizadas, que nos cautivan.
El elemento popular y su amor por su patria son el solista en la música de Dvorak, además una gran parte de su música es tan optimista, que es una especie de música inusual.



Es de destacar el don melódico que tenía, como Schubert, además la asociación profunda con la música folk es más europea, menos angular de lo que se escucha más tarde con Bartok y Janacek.

La prolífica producción de Dvorak, irónicamente, es la razón principal por la que gran parte de su música está por descubrir. Gran parte de sus obras que no se conocen bien serían conocidas si no hubiera escrito tantas piezas.



Por ejemplo la Sinfonía nº 3, una obra en tres movimientos que aún muestra el joven compositor bajo la influencia de Wagner y Brahms. Como una obra de juventud es menos consistente que los ensayos posteriores de Dvorak. Sin embargo, es un trabajo que tiene sus propios méritos considerables.

Esta Sinfonía tiene el atractivo de que es una melodía fantástica. La apertura es una de las grandes aberturas de Dvorak, la forma del pulso suave comienza con las cuerdas y los timbales y los violines cantan esta melodía preciosa que parece tan natural que uno piensa, "¿He oído esto antes? Es tan grande, que sólo viene directamente al corazón.

Es muy posible que la obra mariana más famosa de la Belle Époque sea el Stabat Mater Op. 58 de Dvorák, una composición religiosa que fue adoptada con entusiasmo por coros de todo Occidente, le abrió a Dvorák las puertas de Londres en 1884 y, en EEUU, le proporcionó la popularidad que dio lugar a la invitación para dirigir el National Conservatory of Music in New York en 1891 y que, desde entonces nunca ha dejado de estar en repertorio.

Dvorak escribe muy bien y muy imaginativamente para las trompetas y trombones y emplea muy bien los metales añadiendo un poco de brillo al ritmo y la melodía. La esencia del mundo sonoro de Dvorak nunca está muy lejos de los ritmos furiosos de Bohemia y de la danza. Mucho de su música está insertada con ritmos Checos y quiere ser ágil y como que quiere pensar que todo el mundo este bailando y divirtiéndose. Eso realmente es la clave de la música de Dvorak.



Tal vez, además de la riqueza melódica y de los acentos populares, es la vulnerabilidad y las cualidades humanas de Dvorak lo que continua impactándonos más, cualidades de un hombre un tanto ingenuo y humilde que sin embargo, creó algunas de las músicas memorables jamás escrita Dvorák fue un hombre muy cálido y generoso y eso es algo que siempre sale en su música.

Para los amantes de la buena música, de esas melodías colmadas de aires campesinos, pero que no estaba exenta de sofisticación, muchas veces ignoran que esas deliciosas composiciones tuvieron que encontrar su propio camino. En la hora precisa en la que las cortes reales intentaban restaurar sus privilegios, imponiendo sus oscuros designios y subyugando la libertad de pensamiento a sus intereses.

Antonín Dvorák, fue el gran compositor checo, el incomprendido, en sus primeros años, el obstinado compositor que sufrió y padeció el sistema de fronteras que establecieron los diplomáticos de Viena, situación que sólo conllevó a un estado alarmante y extendido de guerras que corroyeron el corazón de Europa.

En ese contexto, surgen los nacionalistas, un grupo de músicos y maestros de la composición que tratan de conservar sus costumbres, sus ritmos musicales, confabulados con una atmósfera folclórica que los diferencia del resto de músicos europeos. En ese estado, su música se gesta después de la independencia austrohúngara que logra liberarse del yugo opresivo de las provincias checas de Bohemia y Moravia. Por eso, se pude inferir que Antonin Dvorak es alma y reflejo de esa época nacionalista.

En ese sentido Dvorak recoge el acervo popular no sólo de su país, sino de aquellos lugares distantes que lo acogieron con los brazos abiertos. Por ejemplo, al viajar a los Estados Unidos, recopila melodías y ritmos de la música popular indígena y negra. Luego las mezcla con las más selectas piezas europeas. De ahí nace la famosa Sinfonía del nuevo mundo.

En la actualidad, es posible afirmar que en la República Checa contemporánea, la música para piano de Dvorák no ha sido superada. Por eso Dvorák no pasa de moda, gracias a sus ritmos excitantes y sus melodías populares.

La música de Dvorák tiene el mismo efecto imperecedero de los grandes de todas las épocas: desde Mozart, Beethoven, Chopin y ya ubicados en orbes un poco más contemporáneos con aquellos exponentes que fueron ídolos de la juventud. Eso quiere decir que Dvorák escribió para la posteridad. Dvorak es hijo y producto musical del siglo dieciocho. Un siglo colmado de notorias injusticias sociales que influyeron en el ambiente musical de la época.


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