25 de diciembre de 2011

El deporte “profesional”, una trampa

El deporte “profesional”, una trampa
Percy Cayetano Acuña Vigil

Sostenemos que en la actualidad lo que se considera deporte es un producto tramposo que desorienta y causa grave daño social. En nuestro concepto debemos remitirnos a las enseñanzas del deporte clásico y aprender de él para volverlo útil a la sociedad.



Una de las expresiones que me llama la atención por decir lo menos es la de “deporte profesional”. Si existe el deporte profesional es, porque hay deportistas profesionales: gente que dedica su vida (o parte de ella) a la práctica remunerada del deporte. Y la clave está ahí, en la remuneración. Quedan lejos los tiempos en que el deporte estaba relacionado con el ocio, con el tiempo libre, con el juego y la diversión.

Ahora el deporte es otra cosa: la competición es negocio. Los clubes son empresas y los deportistas trabajadores. ¿Dónde está el origen de esta transformación? ¿Cómo es posible que una diversión se convierta en una profesión de la que puedan vivir muchos seres humanos?

La clave explicativa está, entre otras cosas, en el dinero que mueve el deporte gracias a los medios de comunicación. La masificación del deporte a través de la prensa, la radio y la televisión es la causante de su profesionalización.

El deporte no es ya sólo deporte, sino que tiene que ser espectáculo y espectáculo para ganar dinero, para el negocio. Esta situación ha desnaturalizado al deporte, esta desnaturalización está ya naturalizada, normalizada. De este modo es normal que los niños respondan, cuando se les pregunta qué quieren ser de mayores, lo que todos hemos oído más de una vez: “futbolista”, lo que revela pobreza trágica en su formación y educación.

Estas respuestas son producto del circo televisivo, aquel que viene marcado por la publicidad, la venta de camisetas o las presiones mediáticas, y especialmente porque surgen en un medio en donde la pobreza en términos económicos encuentra en esta actividad su caldo de cultivo, frente a actividades productivas de mayor trascendencia y valor.

El deporte como una forma de perfeccionamiento humano es muy distinto a todo lo que estamos viendo, puro negocio. En este contexto mercantil ya no es noticia que los atletas sufran a posteriori de una salud quebradiza, pues la naturaleza les termina pasando una factura cuando no se han tomado las previsiones necesarias.

Qué distinto un deporte que mejora la salud, en definitiva, la vida, a el que se ha impuesto, que termina destruyéndola, y que viene marcado por los índices de audiencia y los patrocinadores de los grandes fichajes.

En el deporte clásico, los griegos problematizaron por primera vez un dominio ético que incluía al cuerpo y los placeres para articularlo con el campo de la política en un contexto bien delimitado, el de la polis.

El dominio de sí constituía una virtud privada que se proyectaba en lo público: el ciudadano capaz de llevar una vida equilibrada, que no caía en los excesos propios de las inculturas, estaba en condiciones de competir para el acceso a los cargos políticos. Es decir, la adquisición de la temperancia (enkrateia) era necesaria para la formación del hombre libre como también para la formación del ciudadano que se preparaba para gobernar a los demás.


Durante el siglo clásico asistimos al despliegue de una voluntad de auto estilización, que surgió en la aristocracia griega e incluyó prácticas tan disímiles como la retórica, el teatro, la filosofía, la música, el teatro y los juegos .

Los espacios públicos: el ágora, el teatro, los juegos constituían los lugares donde los jóvenes sobresalían en el ejercicio de la temperancia y se promocionaban para la vida política.
El entrenamiento del ciudadano virtuoso no se realizaba siguiendo un corpus sistemático sino que correspondía más bien a una estética de la existencia que definía lo esencial del hombre libre en su relación con la verdad.

En el contexto griego el culto del cuerpo se convirtió en un símbolo que designaba la superioridad de una clase que no se privó de proclamarse ante todos como tal. El cuerpo de los ejercicios, de los placeres, del juego era el cuerpo virtuoso de los políticos, de los filósofos, de los propietarios; en definitiva, no se trataba de otra cosa que de un cuerpo de clase, de esa única clase que para los griegos constituía "la humanidad plenamente humana y no mutilada".

En el deporte actual, más allá de todos los mecanismos que lo codifican , el placer - ya sea como práctica o espectáculo - está amplificado a un nivel jamás antes alcanzado. El mundial de fútbol, los play–off finales de la NBA, como la mayoría de los espectáculos del deporte son la ocasión para el despliegue de un virtuosismo creador y gozoso que disfrutan tanto los protagonistas como los espectadores que siguen dichos eventos.


Sin embargo se trata ahora del placer de contemplar el espectáculo que está ligado también al de adiestrar, cuidar, vigilar y controlar al animal. En una palabra: estos mecanismos tramposos anudan el poder al cuerpo y al goce, neutralizando a través de una sujeción estricta la potencia que tal anudamiento induce.

Referencias

1. M. Foucault. Microfísica del Poder. Ed. La Piqueta. Barcelona. 1987. M. Foucault. Historia de la Sexualidad. Tº 2.
2. Para dar cuenta de la naturaleza de los mecanismos específicos de dominación que se articulan con relación al fútbol. Desde esta perspectiva el fútbol actual  constituye una forma de represión de las pulsiones sexuales y una desviación de las mismas hacia la agresividad sádica. Constituye también - en tanto que formación de compromiso entre el mundo alienado del trabajo y las actividades recreativas - el instrumento más eficaz que prepara al individuo para el trabajo y lo aleja de la actividad ciudadana y política.
3. M. Foucault. Historia de la Sexualidad. Tº 2. El Uso de los Placeres. Siglo XXI Ed. México. 1986.
P. Veyne. El Imperio Romano. En Historia de la Vida Privada. Tº 1. p. 140.  M. Foucault.
4 M.  Foucault. Microfísica del Poder. Ed. La Piqueta. Barcelona. 1987.
 5.  Tal es el caso de las barras de vándalos antisociales, permitidas por la misma sociedad, quien las cubre con mascaras que entrampan las acciones por suprimirlas.

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