16 de enero de 2017

Franz Brentano: Enfoque introspeccionista en la filosofía.

Franz Brentano



First published Wed Dec 4, 2002; substantive revision Tue Aug 26, 2014

Franz Clemens Brentano (1838–1917) is mainly known for his work in philosophy of psychology, especially for having introduced the notion of intentionality to contemporary philosophy. He made important contributions to many fields in philosophy, especially to metaphysics and ontology, ethics, logic, the history of philosophy, and philosophical theology. Brentano was strongly influenced by Aristotle and the Scholastics as well as by the empiricist and positivist movements of the early nineteenth century.



Due to his introspectionist, approach of describing consciousness from a first person point of view, on one hand, and his rigorous style as well as his contention that philosophy should be done with exact methods like the natural sciences, on the other, Brentano is often considered a forerunner of both the phenomenological movement and the tradition of analytic philosophy.

A charismatic teacher, Brentano exerted a strong influence on the work of Edmund Husserl, Alexius Meinong, Christian von Ehrenfels, Kasimir Twardowski, Carl Stumpf, and Anton Marty, among others, and thereby played a central role in the philosophical development of central Europe in the early twentieth century.


Referencia a la Enciclopedia Stanford de Filosofía


Franz Clemens Brentano (1838-1917) es conocido principalmente por su trabajo en filosofía de la psicología, especialmente por haber introducido la noción de intencionalidad en la filosofía contemporánea. Hizo contribuciones importantes en muchos campos de la filosofía, especialmente en la metafísica y la ontología, la ética, la lógica, la historia de la filosofía y la teología filosófica. Brentano estaba fuertemente influido por Aristóteles y los Escolásticos, así como por los movimientos empiristas y positivistas de principios del siglo XIX.



 
Debido a su enfoque introspeccionista de describir la conciencia desde un punto de vista de primera persona, por un lado, y su estilo riguroso, así como por su afirmación de que la filosofía debe hacerse con métodos exactos como las ciencias naturales, por otro, Brentano es a menudo considerado un precursor tanto del movimiento fenomenológico como de la tradición de la filosofía analítica.
 
Un maestro carismático, Brentano ejerció una fuerte influencia en la obra de Edmund Husserl, Alexius Meinong, Christian von Ehrenfels, Kasimir Twardowski, Carl Stumpf y Anton Marty, entre otros, y por lo tanto desempeñó un papel central en el desarrollo filosófico de Europa central a Principios del siglo XX.

La traducción es de PCAV.

Intencionalidad
Empirismo
Positivismo

Psicología Introspeccionista 
La Psicología Objetivista  

Introducción a la Psicología

Enciclopedia de filosofía 

12 de enero de 2017

Heidegger vs Cassirer: Davos 1929: Lecciones de historia.

El día que dos potencias se (des) encontraron. Heidegger y Cassirer rompían lanzas en Davos.

Martin Heidegger


Published by Piscitelli on junio 15, 2012

Encuentros memorables

Entre el 17 de Marzo y el 9 de Abril de 1929 tuvo lugar en Davos una reunión impensable, un encuentro memorable en donde dos pilares de la filosofía alemana cruzaron lanzas epistemológicas y metafísicas, frente a un coro atrevido de participantes que se inclinaron mayoritariamente por uno de los interlocutores, sin imaginar jamás que en esos alpes suizos y nada menos que en la ciudad de Davos (que se convertiría en los años 1970 en el reino de las especulaciones económicas en el célebre Forum a cargo de Karl Schwab) se estaba incubando una de las torsiones del pensamiento contemporáneo que derraparía con fuerza una década mas tarde cuando el nazismo llegase al poder.



Ernst Cassirer

En el hotel Belvedere de Davos dos pilares intelectuales de fuste cuales fueron Ernst Cassirer y Martin Heidegger estaba por protagonizar el debate del siglo. Lo que estaba en juego en ese momento no era ni el futuro de la economía, ni el rol de las empresas, ni las condiciones del liderazgo ni la tecnología como palanca de cambio social. Para nada. Se trataba lisa y llanamente del significado de la herencia kantiana. En otro momento y en otro lugar podría haber sido un debate filosófico intrascendente, una discusión de capilla, un florilegio técnico sin mayores consecuencias, ni intelectuales ni políticas.

Pero la diferencia que hizo todas las diferencias, el detalle que terminaría en una tragedia fue que mientras que Cassirer era un judío social-demócrata, Heidegger, además de ser el filosofo mas importante del siglo XX y probablemente el último de los filósofos en la tradición greco-occidental, se convertiría en un defensor inequívoco del nazismo, aceptaría ser el rector Nazi de la universidad de Friburgo y terminaría autoreescribiendo su propia historia intelectual (mediante una manipulación concienzuda y sutil de una de sus obras mas conocidas cual fue La época de la imagen del mundo, conferencia originalmente pronunciada en 1939 y publicada por primera vez en su versión desnazificada a cargo del propio Heidegger en 1950 -para una exquisita exégesis de este relato leer la nota de Jacques Taminiaux en el excelente número especial de la Revista Philosophie Magazine Hors Serie dedicado a…Les philosophes face au nazisme).

La historia en futuro anterior

Pero en esa primavera de 1929 el horror nazi, la catástrofe que supusieron 50 millones de vidas cercenadas, la división de Alemania durante mas de 40 años y la invención del capitalismo de consumo no estaban en la cabeza ni en la imaginación de (casi) nadie. Durante las sesiones de Davos reinaba el espíritu de reconciliación europeo, acercando a los intelectuales alemanes y franceses aunque la pelea de fondo de Davos fuese una lucha entre alemanes.


Heidegger que acababa de publicar su opus magnum Sein und Zeit en 1927 estaba en el apogeo de su potencia creativa y comenzaba a convertirse en una luminaria filosófica internacional. Ya había heredado la cátedra de Husserl en Friburgo, y había entablado una lucha a muerte contra el neokantismo definido por Ernst Cassirer -su principal portaestandarte- como el chivo expiatorio de la filosofía contemporánea,

Para Heidegger, Cassirer no había visto en la filosofía de Kant otra cosa que una mera teoría del conocimiento, mientras que para él la renombrada Critica de la Razón Pura de Kant apuntaba a una refundación de la metafísica. Mientras que en filosofía siempre ha habido maneras antitéticas de mirar los problemas y de interpretar a los autores, en este caso se trataba de eso, pero también de bastante mas.

Inconmensurabilidades

Lo que estaban en juego eran versiones inconciliables del mundo. Mostrando que los errores y las cegueras trascienden épocas y momentos históricos recuerdo haberme sumergido indistintamente en ambas obras (y aun conservo mis copias de las dos que pronto cumplirán 50 años) e inconscientemente haber creído que se podía ser al mismo tiempo neokantinao (como Cassirer) y refundacional (como Heidegger). O creer que era posible esposar la gnoseología de Cassirer y complementarla con la metafísica de Heidegger.

Pero esta reconciliación a posteriori -como dicen los brasileños- no podía dar certo. En los tres tomos de su filosofía de las formas simbólicas para Cassirer el mundo espiritual creado por el hombre muestra el sello de su infinitud. Al revés Heidegger funda su metafísica en la finitud de la existencia humana (Curiosamente hoy sigo tratando de conciliar ambas variantes en un escepticismo que puede sonar chirle, pero que me parece mucho mas rico y englobante que si hubiese que optar por las posiciones a ultranza de los gladiadores de Davos).

Finitud vs infinitud

Las diferencias acerca del destino del kantismo eclosionaron al final del debate esa noche de marzo del año 1929 cuando frente a la oportuna pregunta de un estudiante en la sala que quería saber si la filosofía tiene por meta finalmente liberar al hombre o sumergirlo radicalmente en la angustia, ambos pensadores espetaron alternativamente que “la filosofía debe hacer al hombre libre en toda la medida en que pueda serlo“, mientras que el otro sostuvo no menos convencido que la filosofía “tiene por objetivo rechazar al hombre en la duración de su destino”. Entre el neohumanismo de Cassirer y el antihumanismo de Heidegger no hay terceras posiciones. Y en esta exigencia de alineamiento se consumirían las energias creativas de medio siglo XX

Como era de imaginar la visión sombría y fatalista de la existencia humana fue la que prevaleció en Davos (¿el demonio que arrasaría Europa estaría planeando en Davos a contracorriente del supuesto intento de reconciliación entre nacionalidades?). La potencia de conversión del pensamiento de Heidegger seria infinitamente superior a la de Cassirer, muchas décadas mas tarde (ya sea travestida en la versión mucho mas light del sartreanismo, o aun en sus acongojadas versiones fideistas como fue el caso de Jaspers) todos fuimos durante poco o mucho tiempo heideggerianos. Y muchos siguen siéndolo (bastantes veces sin saberlo)

Los futuros no-maestros de Alemania
Uno de los detalles nada menores de ese debate fue la presencia de una decena de futuros filósofos (muchos estudiantes en ese entonces), y algunos consagrados, que se volverían propagadores entusiastas del pensamiento de Heidegger (mientras que solo un puñado permanecería leal a Cassirer). Porque esa noche de Davos ocupando butacas se empezaba a sellar el destino filosofico de Leo Strauss y Franz Rosenzweig, de Emmanuel Levinas y hasta el brillante (fusilado por los alemanes en 1944) matemático francés Jean Cavailles participaba de la asonada.


Emmanuel Levinas


En tanto que Levinas veía en Heidegger a un héroe que se desprendía de un mundo agotado, otro asistente de lujo cual fue Rudolf Carnap, el mas potente de los miembros de El Circulo de Viena junto a su fundador Moritz Schlick, se alió del lado de Cassirer a quien veía como la vía lógica de la modernidad, alejado de las elucubraciones metafísicas del pastor del espíritu alemán. La division de la filosofía en dos mitades irreconciliables, analítica por un lado y continental por el otro también brotó de la Cumbre de Davos, mostrando la importancia de ese “acontecimiento” en la historia del pensamiento occidental.

El año 1933, apenas 4 años mas tarde y 3 antes de las Olimpiadas de 1936 con su celebración iconica de El triunfo de la Voluntad a manos de la demiurga Leni Riefenstahl, es la compuerta evolutiva que desagarrará el telón de fondo de la filosofía alemana, dispersando a sus mejores figuras (que nunca se reencontrarán) por todo el planeta. Como era de esperar Cassirer debió abandonar Alemania y refugiándose primero en Inglaterra, mas tarde en en Suecia y muriendo en USA en 1945.

Heidegger durará apenas un año como rector de Friburgo entre 1933 y 1934, pero la suerte está echada, y su paso por el nazismo (algo sistemáticamente ocultado en su enseñanza como me llego a ocurrir a mi a fines de los años 60 y recién puesto en estado de cuestionamiento permanente con la celebre publicación de la obra de Victor Farías Heidegger y el Nazismo en los años 80) será un paso en falso que pondrá en jaque para siempre su condicion de Un maestro de Alemania (titulo de la celebre biografía que le regalara Rudiger Safranski en 1994).


La derrota de la razón.

Como pequeña pepita pletórica de sentido este debate prefigurará la historia filosófica y política del siglo XX. Nada casualmente (y seguramente no exento de melancolía) Cassirer que en 1945 publicara su último libro El Mito del Estado, no dejará de señalar que el romanticismo pesimista de Heidegger ventilado en Davos había sido un prolegómenos explícito de la derrota de la razón.

Heidegger que lo sobreviviría 3 décadas por la misma época no haría (como queda constancia en una carta que en ese momento le envía a su mujer…) sino malabarismos para que la prohibición que se hiciera de su enseñanza en 1945 (levantada en 1951) no se contagiara a sus escritos y publicaciones, y que para sus bien guardados manuscritos durante la guerra pudieran ver la luz para lograr (paradójicamente) que su filosofía (en toda su tenebrosidad) terminara siendo la mas potente reinvencion de la tradición milenaria grecolatina, a pesar de su explícito aherrojamiento con el nazismo.

Si querían un buen ejemplo de complejidad, de corsi e ricorsi, de contradicciones flagrantes entre potencia teórica y relativismo moral este ejemplo lo es en modo extremo. Y aun así ojo con tirar la primera piedra. Ya habiendo recorrido dos tercios del viaje de regreso después de una semana de una intensidad insual les digo bye hasta mañana AP.

Referencias
Peter E. Gordon (2010) Continental Divide: Heidegger, Cassirer. Davos 1929
Confrontation with Cassirer re Kant
Heidegger, Martín. Reden und andere Zeugnisse eines Lebensweges (1910-1976) tomo 16, Band 16.
Published inAnti-FilosofiaCrónicasFilosofíaFundadoresIrreduccionismoMemetica

http://www.filosofitis.com.ar/2012/06/15/el-dia-que-dos-potencias-se-des-encontraron-heidegger-y-cassirer-rompian-lanzas-en-davos/


8 de enero de 2017

François Fénelon. (1651/08/06 - 1715/01/07)


François Fénelon. (1651/08/06 - 1715/01/07)
François Fénelon


François de Salignac de la Mothe Fénelon
Escritor y teólogo francés


Nació el 6 de agosto de 1651, en el castillo de Fenelon (Perigord).
Fue criado en el seno de una familia noble de la Dordogna.
Cursó estudios en la Universidad de Cahors y en el seminario San Sulpicio. Ordenado sacerdote en 1675; en 1679 fue nombrado director de Nuevas Católicas, institución dedicada a la educación de mujeres.

Discípulo del clérigo Jacques Bossuet, en 1689 fue tutor de Luis, duque de Borgoña, nieto del rey Luis XIV.




Según el diccionario de Filosofía de José Ferrater Mora, Fénelon es conocido en la historia de la filosofía y de las ideas religiosas por la doctrina del amor puro que postula  y por su ensayo de demostrar la existencia de Dios. Según esta doctrina del amor puro "es necesario que el espíritu se deje llevar libremente en la oración para que alcance un gusto intimo de Dios".

Es usual según FM. considerar a Fénelon como uno de los defensores del quietismo. En su demostración de la existencia de Dios se baso en la idea del infinito existente en el espíritu humano (Descartes).

Fénelon se ocupó de problemas de educación. En cuanto a su filosofía política defendió la institución monarquica absoluta en el poder y se opuso a la idea del contrato social.


Autor de una serie de lecciones morales para instruir a su pupilo acerca de los deberes de los gobernantes. En 1695 fue nombrado arzobispo de Cambrai y poco tiempo después se vio envuelto en una disputa con Bossuet acerca de las doctrinas quietistas de madame Guyon.

Recibió ataques de Bossuet por su obra Explicación de las máximas de los santos (1697), que le achacaba su falta de conformidad con los principios tradicionales de las enseñanzas cristianas. Los dos clérigos apelaron a Roma para conocer la opinión de la curia eclesiástica, y algunas partes del libro fueron condenadas por el papa Inocencio XII en 1699.

A petición de un noble, se anima en 1681, a consignar las experiencias de sus funciones pedagógicas en el Tratado de la Educación de las Hijas (que no estuvo disponible al público hasta 1687). A fines de 1685, tras la revocación del Edicto de Nantes de 1598, por recomendación de Bossuet, Luis XIV le confía la dirección de una misión en Poitiers: sería el primero de varios viajes de misión por las regiones protestantes del Oeste de Francia. Inicialmente sin éxito alguno. La corona, por otros medios, trató de someter a los protestantes por la fuerza, pero Fénelon rechazó esa ayuda, y su elocuencia operó un gran número de conversiones.

En 1685, publica su primer escrito teológico, Tratado de la existencia de Dios y refutación del sistema de Malebranche sobre la naturaleza y la Gracia, dirigido contra los jansenistas; ese mismo año hace un aporte a la retórica con su Diálogo sobre la elocuencia.




Por entonces, se acerca al círculo social de Bossuet, y su palabra gana influencia en el episcopado francés. En 1688 es presentado ante Madame de Maintenon, mujer de Luis XIV después de la muerte de la reina. Así, cae en gracia con Madame Guyon, mujer mística y piadosa, que lo impresiona profundamente cuando se empiezan a tratar durante 1688-1689. A través de ella, Fénelon conoce el quietismo, movimiento religioso al que se irá acercando poco a poco impulsado principalmente por el deseo de evadirse de una realidad política del reino que se le hacía cada vez más insoportable.

En 1689, gracias a una propuesta de Madame de Maintenon, a quien hasta entonces había servido como consejero espiritual, Fénelon fue designado preceptor del Duque de Borgoña, nieto del rey, que en ese entonces tenía siete años. Fénelon le enseña al pequeño duque en gran manera todas las verdades de un buen cristiano y de un príncipe, e inspira en su corazón un afecto por su preceptor que durará por siempre.

Así, obtiene una posición influyente en la corte real, que de seguro fue decisiva para su admisión en 1693 en la Academia Francesa. Cuando termina la educación de su nieto, en 1695, el rey Luis XIV consigue para Fénelon el puesto de arzobispo de Cambrai.

Crítica al rey

Como se ha señalado anteriormente, siendo Fénelon preceptor del nieto de Luis XIV, escribe en 1694 una carta al rey. Ésta se hizo célebre para las generaciones posteriores puesto que en ella muestra su contrariedad ante las obras de la corona y censura la dirección que estaba tomando el reino francés. También muestra a un Fénelon visionario, que en solitario daba la voz de alarma contra un estado de cosas, que la nobleza pretendía perpetuar y que sería uno de los motivos del futuro estallido de la Revolución francesa. En esta carta François Fénelon escribe, citando lo más notable, lo siguiente: «ha introducido en la corte un lujo monstruoso e incurable», «ha empobrecido a toda Francia», lo acusa también de «haber llevado a cabo guerras que sólo tenían por razón un motivo de gloria y de venganza».

Esta parte de la carta es probablemente la más impactante y conmovedora:1

    Vuestro nombre se ha hecho odioso... mientras vuestros pueblos mueren de hambre, el cultivo de las tierras está casi abandonado, las ciudades y el campo se despueblan, todos los oficios languidecen, Francia entera no es más que un gran hospital desolado y desprovisto. La sedición se enciende poco a poco en todas partes; creen que ya no tenéis ninguna compasión por sus males, que sólo amáis vuestra autoridad y vuestra gloria. Esta gloria que endurece vuestro corazón os es más querida que la justicia, incluso que vuestra salvación eterna, que es incompatible con ese ídolo de gloria.
    Sólo amáis vuestra gloria y vuestra comodidad. Todo lo centráis en vos, como si fuerais el dios de la Tierra y todo lo demás solamente hubiera sido creado para seros sacrificado.


Obra

    Fábulas y opúsculos diversos. Compuestos en francés para la educación del duque de Borgoña. (Edit. 1932 por Espasa Calpe SA, versión castellana por F. Sureda Blanes). Colección de fábulas mitológicas, aventuras, historias y relaciones maravillosas, relaciones de viajes, y fábulas zoológicas.

Notas

Fue condenado al exilio en su propia diócesis por el rey Luis XIV, ofendido también por su obra Las aventuras de Telémaco (1699), novela en la que defiende la idea de la fraternidad entre las naciones.

François Fénelon falleció el 7 de enero de 1715 en Cambrai.

Texto en castellano de la carta de Fénelon a Luis XIV
Blog: La Carmagnole

Texto completo de la carta (en francés)

LETTRE A LOUIS XIV
par
François de Salignac de la Mothe Fénelon.

La personne, Sire[1], qui prend la liberté de vous écrire cette lettre, n'a aucun intérêt en ce monde. Elle ne l'écrit ni par chagrin, ni par ambition, ni par envie de se mêler des grandes affaires. Elle vous aime sans être connue de vous; elle regarde Dieu en votre personne. Avec toute votre puissance, vous ne pouvez lui donner aucun bien qu'elle désire, et il n'y a aucun mal qu'elle ne souffrît de bon cœur pour vous faire connaître les vérités nécessaires à votre salut. Si elle vous parle fortement, n'en soyez pas étonné, c'est que la vérité est libre et forte. 

Vous n'êtes guère accoutumé à l'entendre. Les gens accoutumés à être flattés prennent aisément pour chagrin, pour âpreté et pour excès, ce qui n'est que la vérité toute pure. C'est la trahir que de ne vous la montrer pas dans toute son étendue. Dieu est témoin que la personne qui vous parle le fait avec un cœur plein de zèle, de respect, de fidélité et d'attendrissement sur tout ce qui regarde votre véritable intérêt.

[Note 1: Les indices historiques mentionnés dans la lettre à Louis XIV laissent présumer qu'elle fut écrite en 1694. Fénelon était alors précepteur du duc de Bourgogne, petit-fils de Louis XIV.]

Vous êtes né, Sire, avec un cœur droit et équitable; mais ceux qui vous ont élevé ne vous ont donné pour science de gouverner que la défiance, la jalousie, l'éloignement de la vertu, la crainte de tout mérite éclatant, le goût des hommes souples et rampants, la hauteur et l'attention à votre seul intérêt.

Depuis environ trente ans, vos principaux ministres ont ébranlé et renversé toutes les anciennes maximes de l'Etat, pour faire monter jusqu'au comble votre autorité qui était devenue la leur parce qu'elle était dans leurs mains. On n'a plus parlé de l'Etat ni des règles; on n'a parlé que du Roi et de son bon plaisir. On a poussé vos revenus et vos dépenses à l'infini. On vous a élevé jusqu'au ciel, pour avoir effacé, disait-on, la grandeur de tous vos prédécesseurs ensemble, c'est-à-dire pour avoir appauvri la France entière, afin d'introduire à la cour un luxe monstrueux et incurable. Ils ont voulu vous élever sur les ruines de toutes les conditions de l'Etat, comme si vous pouviez être grand en ruinant tous vos sujets, sur qui votre grandeur est fondée. Il est vrai que vous avez été jaloux de l'autorité, peut-être même trop, dans les choses extérieures; mais, pour le fond, chaque ministre a été le maître dans l'étendue de son administration.

Vous avez cru gouverner, parce que vous avez réglé les limites entre ceux qui gouvernent. Ils ont bien montré au public leur puissance, et on ne l'a que trop sentie. Ils ont été durs, hautains, injustes, violents, de mauvaise foi. Ils n'ont connu d'autre règle, ni pour l'administration du dedans de l'Etat, ni pour les négociations étrangères, que de menacer, que d'écraser, que d'anéantir tout ce qui leur résistait. Ils ne vous ont parlé que pour écarter de vous tout mérite qui pouvait leur faire ombrage. Ils vous ont accoutumé à recevoir sans cesse des louanges outrées qui vont jusqu'à l'idolâtrie, et que vous auriez dû, pour votre honneur, rejeter avec indignation.

On a rendu votre nom odieux, et toute la nation française insupportable à tous nos voisins. On n'a conservé aucun ancien allié, parce qu'on n'a voulu que des esclaves. On a causé depuis plus de vingt ans des guerres sanglantes. Par exemple, Sire, on fit entreprendre à Votre Majesté, en 1672, la guerre de Hollande pour votre gloire et pour punir les Hollandais qui avaient fait quelque raillerie, dans le chagrin où on les avait mis en troublant les règles de commerce établies par le cardinal de Richelieu. Je cite en particulier cette guerre, parce qu'elle a été la source de toutes les autres.

Elle n'a eu pour fondement qu'un motif de gloire et de vengeance, ce qui ne peut jamais rendre une guerre juste; d'où il s'ensuit que toutes les frontières que vous avez étendues par cette guerre, sont injustement acquises dans l'origine. Il est vrai, Sire, que les traités de paix subséquents semblent couvrir et réparer cette injustice, puisqu'ils vous ont donné les places conquises; mais une guerre injuste n'en est pas moins injuste, pour être heureuse. Les traités de paix signés par les vaincus ne sont point signés librement. On signe le couteau sur la gorge; on signe malgré soi, pour éviter de plus grandes pertes; on signe comme on donne sa bourse quand il la faut donner ou mourir. Il faut donc, Sire, remonter jusqu'à cette origine de la guerre de Hollande, pour examiner devant Dieu toutes vos conquêtes.

Il est inutile de dire qu'elles étaient nécessaires à votre Etat: le bien d'autrui ne nous est jamais nécessaire. Ce qui nous est véritablement nécessaire, c'est d'observer une exacte justice. Il ne faut pas même prétendre que vous soyez en droit de retenir toujours certaines places, parce qu'elles servent à la sûreté de vos frontières. C'est à vous à chercher cette sûreté par de bonnes alliances, par votre modération, ou par des places que vous pouvez fortifier derrière; mais enfin, le besoin de veiller à notre sûreté ne nous donne jamais un titre de prendre la terre de notre voisin.

Consultez là-dessus des gens instruits et droits; ils vous diront que ce que j'avance est clair comme le jour.

En voilà assez, Sire, pour reconnaître que vous avez passé votre vie entière hors du chemin de la vérité et de la justice, et par conséquent hors de celui de l'Evangile. Tant de troubles affreux qui ont désolé toute l'Europe depuis plus de vingt ans, tant de sang répandu, tant de scandales commis, tant de provinces saccagées, tant de villes et de villages mis en cendres, sont les funestes suites de cette guerre de 1672, entreprise pour votre gloire et pour la confusion des faiseurs de gazettes et de médailles de Hollande. Examinez, sans vous flatter, avec des gens de bien si vous pouvez garder tous ce que vous possédez en conséquence des traités auxquels vous avez réduit vos ennemis par une guerre si mal fondée.

Elle est encore la vraie source de tous les maux que la France souffre. Depuis cette guerre, vous avez toujours voulu donner la paix en maître, et imposer des conditions, au lieu de les régler avec équité et modération. Voilà ce qui fait que la paix n'a pu durer. Vos ennemis, honteusement accablés, n'ont songé qu'à se relever et qu'à se réunir contre vous. Faut-il s'en étonner? Vous n'avez pas même demeuré dans les termes de cette paix que vous aviez donnée avec tant de hauteur. En pleine paix, vous avez fait la guerre et des conquêtes prodigieuses. Vous avez établi une Chambre des réunions[2], pour être tout ensemble juge et partie: c'était ajouter l'insulte et la dérision à l'usurpation et à la violence.

Vous avez cherché dans le traité de Westphalie des termes équivoques pour surprendre Strasbourg. Jamais aucun de vos ministres n'avait osé, depuis tant d'années, alléguer ces termes dans aucune négociation, pour montrer que vous eussiez la moindre prétention sur cette ville. Une telle conduite a réuni et animé toute l'Europe contre vous. Ceux mêmes qui n'ont pas osé se déclarer ouvertement souhaitent du moins avec impatience votre affaiblissement et votre humiliation, comme la seule ressource pour la liberté et pour le repos de toutes les nations chrétiennes. Vous qui pouviez, Sire, acquérir tant de gloire solide et paisible à être le père de vos sujets et l'arbitre de vos voisins, on vous a rendu l'ennemi commun de vos voisins, et on vous expose à passer pour un maître dur dans votre royaume.

[Note 2: Voir la préface de Henri Guillemin dans le livre intitulé "LETTRE
A LOUIS XIV" publié par les Editions Ides et Calendes, Collection du
Sablier, 1961, Neuchâtel, Suisse.]

Le plus étrange effet de ces mauvais conseils est la durée de la ligue formée contre vous. Les alliés aiment mieux faire la guerre avec perte que de conclure la paix avec vous, parce qu'ils sont persuadés, sur leur propre expérience, que cette paix ne serait point une paix véritable, que vous ne la tiendriez non plus que les autres, et que vous vous en serviriez pour accabler séparément sans peine chacun de vos voisins dès qu'ils se seraient désunis. Ainsi, plus vous êtes victorieux, plus ils vous craignent et se réunissent pour éviter l'esclavage dont ils se croient menacés. Ne pouvant vous vaincre, ils prétendent du moins vous épuiser à la longue. Enfin ils n'espèrent plus de sûreté avec vous qu'en vous mettant dans l'impuissance de leur nuire. Mettez-vous, Sire, un moment en leur place, et voyez ce que c'est que d'avoir préféré son avantage à la justice et à la bonne foi.

Cependant vos peuples, que vous devriez aimer comme vos enfants, et qui ont été jusqu'ici si passionnés pour vous, meurent de faim. La culture des terres est presque abandonnée; les villes et la campagne se dépeuplent; tous les métiers languissent et ne nourrissent plus les ouvriers. Tout commerce est anéanti. Par conséquent vous avez détruit la moitié des forces réelles du dedans de votre Etat, pour faire et pour défendre de vaines conquêtes au dehors. Au lieu de tirer de l'argent de ce pauvre peuple, il faudrait lui faire l'aumône et le nourrir.

La France entière n'est plus qu'un grand hôpital désolé et sans provision. Les magistrats sont avilis et épuisés. La noblesse, dont tout le bien est en décret, ne vit que de lettres d'Etat. Vous êtes importuné de la foule des gens qui demandent et qui murmurent. C'est vous-même, Sire, qui vous êtes attiré tous ces embarras; car, tout le royaume ayant été ruiné, vous avez tout entre vos mains, et personne ne peut plus vivre que de vos dons. Voilà ce grand royaume si florissant sous un roi qu'on nous dépeint tous les jours comme les délices du peuple, et qui le serait en effet si les conseils flatteurs ne l'avaient point empoisonné.

Le peuple même (il faut tout dire), qui vous a tant aimé, qui a eu tant de confiance en vous, commence à perdre l'amitié, la confiance, et même le respect. Vos victoires et vos conquêtes ne le réjouissent plus; il est plein d'aigreur et de désespoir. La sédition s'allume peu à peu de toutes parts. Ils croient que vous n'avez aucune pitié de leurs maux, que vous n'aimez que votre autorité et votre gloire. Si le Roi, dit-on, avait un cœur de père pour son peuple, ne mettrait-il pas plutôt sa gloire à leur donner du pain, et à les faire respirer après tant de maux, qu'à garder quelques places de la frontière, qui causent la guerre? Quelle réponse à cela, Sire? Les émotions populaires, qui étaient inconnues depuis si longtemps, deviennent fréquentes[3].

Paris même, si près de vous, n'en est pas exempt. Les magistrats sont contraints de tolérer l'insolence des mutins, et de faire couler sous main quelque monnaie pour les apaiser; ainsi on paye ceux qu'il faudrait punir. Vous êtes réduit à la honteuse et déplorable extrémité, ou de laisser la sédition impunie et de l'accroître par cette impunité, ou de faire massacrer avec inhumanité des peuples que vous mettez au désespoir en leur arrachant, par vos impôts pour cette guerre, le pain qu'ils tâchent de gagner à la sueur de leurs visages.

Mais, pendant qu'ils manquent de pain, vous manquez vous-même d'argent, et vous ne voulez pas voir l'extrémité où vous êtes réduit. Parce que vous avez toujours été heureux, vous ne pouvez vous imaginer que vous cessiez jamais de l'être. Vous craignez d'ouvrir les yeux; vous craignez d'être réduit à rabattre quelque chose de votre gloire. Cette gloire, qui endurcit votre cœur, vous est plus chère que la justice, que votre propre repos, que la conservation de vos peuples, qui périssent tous les jours de maladies causées par la famine, enfin que votre salut éternel incompatible avec cette idole de gloire.

Voilà, Sire, l'état où vous êtes. Vous vivez comme ayant un bandeau fatal sur les yeux; vous vous flattez sur les succès journaliers, qui ne décident rien, et vous n'envisagez point d'une vue générale le gros des affaires, qui tombe insensiblement sans ressource. Pendant que vous prenez, dans un rude combat, le champ de bataille et le canon de l'ennemi, pendant que vous forcez les places, vous ne songez pas que vous combattez sur un terrain qui s'enfonce sous vos pieds, et que vous allez tomber malgré vos victoires.

Tout le monde le voit et personne n'ose vous le faire voir. Vous le verrez peut-être trop tard. Le vrai courage consiste à ne se point flatter, et à prendre un parti ferme sur la nécessité. Vous ne prêtez volontiers l'oreille, Sire, qu'à ceux qui vous flattent de vaines espérances. Les gens que vous estimez les plus solides sont ceux que vous craignez et que vous évitez le plus. Il faudrait aller au devant de la vérité, puisque vous êtes roi, presser les gens de vous la dire sans adoucissement, et encourager ceux qui sont trop timides.

Tout au contraire, vous ne cherchez qu'à ne point approfondir; mais Dieu saura bien enfin lever le voile qui vous couvre les yeux, et vous montrer ce que vous évitez de voir. Il y a longtemps qu'il tient son bras levé sur vous; mais il est lent à vous frapper, parce qu'il a pitié d'un prince qui a été toute sa vie obsédé de flatteurs, et parce que, d'ailleurs, vos ennemis sont aussi les siens. Mais il saura bien séparer sa cause juste d'avec la vôtre, qui ne l'est pas, et vous humilier pour vous convertir; car vous ne serez chrétien que dans l'humiliation.

Vous n'aimez point Dieu; vous ne le craignez même que d'une crainte d'esclave; c'est l'enfer, et non pas Dieu, que vous craignez. Votre religion ne consiste qu'en superstitions, en petites pratiques superficielles. Vous êtes comme les Juifs dont Dieu dit: Pendant qu'ils m'honorent des lèvres, leur cœur est loin de moi. Vous êtes scrupuleux sur des bagatelles, et endurci sur des maux terribles. Vous n'aimez que votre gloire et votre commodité. Vous rapportez tout à vous, comme si vous étiez le Dieu de la terre, et que tout le reste n'eût été créé que pour vous être sacrifié. C'est, au contraire, vous que Dieu n'a mis au monde que pour votre peuple.

Mais, hélas! vous ne comprenez point ces vérités; comment les goûteriez-vous? Vous ne connaissez point Dieu, vous ne l'aimez point, vous ne le priez point du cœur, et vous ne faites rien pour le connaître.

Vous avez un archevêque[3] corrompu, scandaleux, incorrigible, faux, malin, artificieux, ennemi de toute vertu, et qui fait gémir tous les gens de bien. Vous vous en accommodez, parce qu'il ne songe qu'à vous plaire par ses flatteries. Il y a plus de vingt ans qu'en prostituant son honneur, il jouit de votre confiance. Vous lui livrez les gens de bien, vous lui laissez tyranniser l'Eglise, et nul prélat vertueux n'est traité aussi bien que lui.

[Note 3: voir l'ouvrage cité ci-dessus dans la note 2.]

Pour votre confesseur[3], il n'est pas vicieux, mais il craint la solide vertu, et il n'aime que les gens profanes et relâchés; il est jaloux de son autorité, que vous avez poussée au-delà de toutes les bornes. Jamais confesseurs des rois n'avaient fait seuls les évêques, et décidé de toutes les affaires de conscience. Vous êtes seul en France, Sire, à ignorer qu'il ne sait rien, que son esprit est court et grossier, et qu'il ne laisse pas d'avoir son artifice avec cette grossièreté d'esprit. Les jésuites même le méprisent et sont indignés de le voir si facile à l'ambition ridicule de sa famille. Vous avez fait d'un religieux un ministre d'Etat. 

Il ne se connaît point en hommes, non plus qu'en autre chose. Il est la dupe de tous ceux qui le flattent et lui font de petits présents. Il ne doute ni n'hésite sur aucune question difficile. Un autre très droit et très éclairé n'oserait décider seul. Pour lui, il ne craint que d'avoir à délibérer avec des gens qui sachent les règles. Il va toujours hardiment, sans craindre de vous égarer; il penchera toujours au relâchement et à vous entretenir dans l'ignorance. Du moins, il ne penchera aux partis conformes aux règles que quand il craindra de vous scandaliser. Ainsi, c'est un aveugle qui en conduit un autre, et, comme dit Jésus-Christ, ils tomberont tous deux dans la fosse.

Votre archevêque et votre confesseur vous ont jeté dans les difficultés de l'affaire de la régale, dans les mauvaises affaires de Rome; ils vous ont laissé engager par M. de Louvois dans celle de Saint-Lazare[3], et vous auraient laissé mourir dans cette injustice si M. de Louvois eût vécu plus que vous.

On avait espéré, Sire, que votre conseil vous tirerait de ce chemin si égaré; mais votre conseil n'a ni force ni vigueur pour le bien. Du moins Mme de M. et M. le D. de B.[3] devaient-ils se servir de votre confiance en eux pour vous détromper; mais leur faiblesse et leur timidité les déshonorent et scandalisent tout le monde. La France est aux abois; qu'attendent-ils pour vous parler franchement? Que tout soit perdu? Craignent-ils de vous déplaire? Ils ne vous aiment donc pas, car il faut être prêt à fâcher ceux qu'on aime, plutôt que de les flatter ou de les trahir par son silence.

A quoi sont-ils bons, s'ils ne vous montrent pas que vous devez restituer les pays qui ne sont pas à vous, préférer la vie de vos peuples à une fausse gloire, réparer les maux que vous avez faits à l'Eglise, et songer à devenir un vrai chrétien avant que la mort vous surprenne? Je sais bien que, quand on parle avec cette liberté chrétienne, on court risque de perdre la faveur des rois; mais votre faveur leur est-elle plus chère que votre salut? Je sais bien aussi qu'on doit vous plaindre, vous consoler, vous soulager, vous parler avec zèle, douceur et respect; mais enfin il faut dire la vérité. Malheur, malheur à eux s'ils ne la disent pas, et malheur à vous si vous n'êtes pas digne de l'entendre! Il est honteux qu'ils aient votre confiance sans fruit depuis tant de temps.

C'est à eux à se retirer si vous êtes trop ombrageux et si vous ne voulez que des flatteurs autour de vous. Vous demanderez peut-être, Sire, qu'est-ce qu'ils doivent vous dire; le voici: ils doivent vous représenter qu'il faut vous humilier sous la puissante main de Dieu, si vous ne voulez qu'il vous humilie; qu'il faut demander la paix, et expier par cette honte toute la gloire dont vous avez fait votre idole; qu'il faut rejeter les conseils injustes des politiques flatteurs; qu'enfin il faut rendre au plus tôt à vos ennemis, pour sauver l'Etat, des conquêtes que vous ne pouvez d'ailleurs retenir sans injustice.

N'êtes-vous pas trop heureux, dans vos malheurs, que Dieu fasse finir les prospérités qui vous ont aveuglé, et qu'il vous contraigne de faire des restitutions essentielles à votre salut, que vous n'auriez jamais pu vous résoudre à faire dans un état paisible et triomphant?

La personne qui vous dit ces vérités, Sire, bien loin d'être contraire à vos intérêts, donnerait sa vie pour vous voir tel que Dieu vous veut, et elle ne cesse de prier pour vous.

FIN

7 de enero de 2017

Paulus Orosius. Seven Books of History Against the Pagans

Paulus Orosius.

Seven Books of History Against the Pagans




Paulus Orosius (commonly known simply as 'Orosius') lived in the 5th century CE and was a Christian theologian and historian of note and also a close friend of St. Augustine. He is best known for his work Seven Books of History Against the Pagans in which he argued, primarily, that the fall of Rome had nothing to do with the Roman adoption of Christianity (a claim popularly supported among the pagans of the day). This work was the first world history by a Christian and was completed in 418 CE, shortly after the sack of Rome by Alaric in 410. Using material taken from Livy, Caesar, Tacitus, Justin, and others (who were all pagans) as well as Suetonius, Florus, Justin, the Holy Scripture and the History of the Church by Eusebius, Orosius supported his claim that Christianity had done more good than harm and, certainly, had no hand in the decline and fall of the Roman Empire. Orosius argued strongly that his anti-Christian opposition had no tenable ground by giving specific examples and illustrations of cultural calamities that happened long before the rise of Christianity.

His work was very popular and, owing to his friendship with St. Augustine, was accepted easily by the early church as 'true' history and, eventually, found its way into the accepted history of the fall of the Roman Empire until Edward Gibbon published his famous six-volume The History of the Decline and Fall of the Roman Empire (between 1776 and 1788 CE) which presented a vastly different view of the situation and has, since, influenced other historians to re-evaluate Orosius' interpretation of earlier sources. Even so, Orosius remains an important writer of his time and his work is still often referenced in theological, philosophical and historical works.

http://www.ancient.eu/Orosius/

Seven Books of History against the Pagans
Paulus Orosius, A. T. Fear

Liverpool University Press, 2010 - 456 páginas



This book is a new annotated translation of Orosius's Seven Books of History against the Pagans. Orosius's History, which begins with the creation and continues to his own day, was an immensely popular and standard work of reference on antiquity throughout the Middle Ages and beyond. Its importance lay in the fact that Orosius was the first Christian author to write not a church history, but rather a history of the secular world interpreted from a Christian perspective. This approach gave new relevance to Roman history in the medieval period and allowed Rome's past to become a valued part of the medieval intellectual world.

The structure of history and methodology deployed by Orosius formed the dominant template for the writing of history in the medieval period, being followed, for example, by such writers as Otto of Freising and Ranulph Higden. Orosius's work is therefore crucial for an understanding of early Christian approaches to history, the development of universal history, and the intellectual life of the Middle Ages, for which it was both an important reference work and also a defining model for the writing of history.



The Sources
    Paulus Orosius - Historium adversum paganos book vii
(AD 417)
Robert Vermaat


"..but as for the quality of my books, you who bade me write them shall see; if you publish them, they shall be approved by you; if you destroy them, they shall be condemned by you."

Paulus Orosius was a native of Spain and wwas born probably in the town of Bracara, now in Portugal, between 380 and 390. His first name, Paulus, has been known only since the eighth century. The dates of his birth and death are not being precisely known, but he lived around the turn of the fifth century, being both a historian and a priest. He was ordained, and fled from Spain to Africa in 413 or 414, probably because of the Vandal invasion of 414. In Hippo (in modern Tunisia), he worked closely together with bishop Augustine, whom he befriended, to question him as to certain points of doctrine, concerning the soul and its origin, attacked by the Priscillianists.



Detail from Gordan MS 51It was Augustine that sent Orosius to St. Jerome in Bethlehem, Palestine, after 414 in order to become better acquainted with these questions concerning the soul and its origin. Here he argued against Pelagius, whose heretical doctrines of anti-predestination had infuriated Augustine and which were to become popular in Britain as well. Orosius aided St. Jerome and others in their struggle against this heresy, trying to have the teaching condemned, but without success. In 415 Bishop John of Jerusalem, summoned a council at Jerusalem. Here Orosius sharply attacked the teachings of Pelagius, who defended himself by stating that he believed it impossible for man to become perfect and avoid sin without God's assistance. Orosius was drawn into conflict with Bishop John, who accused him of having maintained that it is not possible for man to avoid sin, even with God's grace. In answer to this charge, Orosius wrote his Liber apologeticus contra Pelagium de Arbitrii libertate, in which he gives a detailed account of the Council of 415 at Jerusalem.

In the spring of 416 Orosius left Palestine, to return to Augustine in Africa, and thence home after a short stay with Augustine at Hippo. However, on reaching Minorca, Orosius heard of the wars and devastations of the Vandals in Spain, and he returned to Africa.

Here he began his Histories. Orosius, was the author of the Historiarum adversus paganos libri septem (Seven Books of History Against the Pagans), the first world history by a Christian, which was influenced by his friend Augustine. Orosius was writing his history shortly after Rome was sacked by Alaric in 410. The work, completed in 418, shows signs of some haste. He attempted, like Augustine later did in his Civitas Dei, to counter the view that Rome had fallen because of the adoption of the Christian faith by the Emperor and the people. Using material taken from Livy, Caesar, Tacitus, Justin, and Eutropius (all of them pagans), besides Suetonius, Florus, Justin, the Holy Scripture and the chronicle of Eusebius revised by St. Jerome. Orosius shows that this anti-Christian opinion was groundless, by giving examples of disasters that happened long before the rejection of paganism. In pursuance of the apologetic aim, all the calamities suffered by the various peoples are described.

Orosius’ work is important both theologically (it served as a prelude to Augustine's City of God) as well as an independent historical source. Although the work contains many errors, it is very useful for the period between 378 and 417. It was used extensively by both Gildas (De Excidio et Conquestu Britanniae – ca.520-40) and Bede (Historia Ecclesiastica Gentis Anglorum - ca. 735 AD). In the late 9th century (ca. 890-891) Alfred the Great had both Orosius and Bede translated into Old English. It was used largely during the Middle Ages as a compendium, and nearly 200 manuscripts of the Old English version of Orosius are still in existence today. Orosius' other works (ca. 414) include the Reminder to Augustine Concerning the Error of the Priscillianists and the Origenists, and the Apology Against the Pelagians.



Britain
Orosius writes about Britain only sparingly, apart from the campaigns of Caesar and Claudius. He has this note on Magnus Maximus:

Historium adversum paganos, book VII, 34

Maximus, an energetic man, indeed, and honourable and worthy of the throne had he not arrived at it by usurpation contrary to his oath of allegiance, was made emperor almost against his will..
His dealing with the fifth century in Britain are foremost in connection of the usurpation by Constantine III, of which he provides many details.

Historium adversum paganos, book VII, 40
While these [Alans, Suebi, Vandals] were running wild over the Gauls, in Britain Gratian, a citizen of the island, was made a usurper and was killed. In his place Constantine, a man of the lowest military rank, on account of the hope alone which came from his name and without any merit for courage, was elected. He, as soon as he entered upon his office, crossed over into Gaul.

Unfortunately Orosius never refers to Britain again after Constantine III leaves for Gaul in 407. Though his history ends in 417 within a few chapters after this one (43), he never mentions whether Britain was lost to the empire.

Bibliography

Paulus Orosius: The Seven Books of History against the Pagans
, ed. and trans. Roy J. Deferrari, The fathers of the Church vol. 50, (Catholic University of America Press, Washington DC, 1964).
Snyder, Christopher A. (1998): An Age of Tyrants, Britain and Britons AD 400-600, (Stroud).*
    Paulus Orosius (fl. AD 414-417) - Late Roman and Dark Age Historians of Britain, in: Athena
    Review  Vol.I, no.2, at: http://www.athenapub.com/darkhist.htm. 

Paulus Orosius - Historium adversum paganos book vii is Copyright © 2002, Robert Vermaat. All rights reserved.
   


Jacques Bossuet


Jacques Bossuet

 Fue uno de los más acérrimos defensores del absolutismo monárquico durante el siglo XVII. Fue básicamente un hombre de la iglesia, que se dedicó a la evangelización, a difundir el mensaje de Dios, y por otra parte también teorizó sobre varios aspectos de su tiempo, especialmente aquellos religiosos vinculados a la política y por ello es que también se lo considera un destacado intelectual de su tiempo en esta materia.

Bossuet defendía por sobre todas las cosas que la autoridad y la legitimidad del monarca devenían de Dios. Ningún mortal ni ninguna clase social tenía nada que ver con esa legitimidad sino únicamente Dios se la daba al rey y ante él mismo debía rendir cuentas el monarca…
Esa idea, Bossuet, la defendió a ultranza en tiempos del gobierno del Rey Luis XIV, de quien fue un gran preferido.

Por otra parte y ante la asamblea eclesiástica de su país se ocupó de defender la idea de separación de Francia de la Iglesia con sede en Roma y también cuestionó la figura del Papa que estaba ciertamente enfrentado con el rey de Francia.

Su nacimiento se produjo en la ciudad francesa de Dijon, un 27 de septiembre del año 1627, en el seno de una familia vinculada a la justicia.

Profundizó estudios de teología y de filosofía durante su adolescencia, luego estudió derecho y finalmente decidió seguir su vocación religiosa, ordenándose como sacerdote en el año 1652.






Gracias a su tarea evangelizadora y a los reconocidos sermones que solía difundir se gana una notable repercusión en el ambiente religioso y político de su época, convirtiéndose en uno de los preferidos de la familia real, como ya señalamos. Incluso por esa cercanía con los monarcas se convirtió en el preceptor del heredero al trono.

En 1670 se lo consagra como obispo de la comuna francesa de Condom. Y once años después es nombrado obispo de la ciudad de Meaux.

Sus obras, de una prosa lírica y vehemente, muchas de ellas inspiradas en la elocuencia de Cicerón y San Agustín, incluyen las Oraciones fúnebres de Enriqueta de Francia (1669), que constituyen un modelo del género, Política deducida de las propias palabras de la Sagrada Escritura (1709) y Del conocimiento de Dios y de sí mismo (1722).





Numerosos historiadores lo reconocen como uno de los principales teóricos del sistema político del Antiguo Régimen o monarquía absoluta de derecho divino, cuyos conceptos dominaron la teoría política del siglo XVII en toda Europa y se mantuvieron hasta la época de la Revolución Francesa. El ideario de Jacques Bénigne Bossuet defendía la igualdad entre todos los hombres, pero entendía que la única forma de garantizar la paz y la seguridad era la implantación de un Estado gobernado por un rey cuya autoridad le era dada por Dios, y en quien los hombres debían depositar su derecho natural a regirse.

Entre sus escritos polémicos contra los protestantes los dos más destacados son Exposition de la doctrine de l'Église catholique sur les matières de controverse (1671) e Histoire des variations des Églises protestantes (2 volúmenes, 1688). Esta última fue especialmente criticada por Jurieu y Basnage, envolviendo a su autor en una larga y vehemente controversia. A la revocación del Edicto de Nantes (1685) la denomina "le plus bel usage de l'autorité,", aunque él no fuera ultramontanista.


Presidió en 1682 la asamblea del clero francés, que el rey había convocado, para defender las prerrogativas reales y las libertades galicanas contra las pretensiones del papa. Sus ataques contra Fénelon y los quietistas estuvieron muy cerca de convertirse en persecución. Fue uno de los más grandes y distinguidos hombres que dieron brillo al siglo de Luis XIV, pero fue un producto de su tiempo y sus ideas de política eclesiástica se corresponden al adagio del rey "l'état, c'est moi."
..
Fuente http://www.quien.net/jacques-bossuet.php
http://www.newadvent.org/cathen/02698b.htm

Obras:
•    Daily Meditations for Calming Your Angry Mind: Mindfulness Practices to Free Yourself from Anger
•    Jacques Benigne Bossuet Author Christopher Blum Editor‎
•    ‎‎Discours sur L'histoire Universelle. French Edition‎
•    ‎Meditaciones sobre el evangelio o exposición literal y mística de los evangelios. Obra póstuma
     del illmo señor Jacobo Benigno Bossuet obispo de meaux; y la más acreditada de cuántas escribió
     en este género. Traducidas del Francés al Español.
•    ‎Sermons et Oraisons funebres‎

Jacob Burckhardt: historiador del Renacimiento:




Comparto información sobre la obra de Jacob Burckhardt, historiador suizo descubridor de la edad del Renacimiento. Su obra es un testimonio de como tratar un periodo de la historia no solo en relacion a la pintura, escultura, y arquitectura sino a las instituciones sociales de su época.

Jacob Burckhardt

Carl Jacob Christoph Burckhardt (May 25, 1818 – August 8, 1897) was a Swiss historian of art and culture and an influential figure in the historiography of both fields. He is known as one of the major progenitors of cultural history.[1] Sigfried Giedion described Burckhardt's achievement in the following terms: "The great discoverer of the age of the Renaissance, he first showed how a period should be treated in its entirety, with regard not only for its painting, sculpture and architecture, but for the social institutions of its daily life as well."[2] Burckhardt's best known work is The Civilization of the Renaissance in Italy (1860).

Life

The son of a Protestant clergyman, Burckhardt was born and died in Basel, where he studied theology in the hope of taking holy orders; however, under the influence of Wilhelm Martin Leberecht de Wette, he chose not to become a clergyman. He finished his degree in 1839 and went to the University of Berlin to study history,[3] especially art history, then a new field. At Berlin, he attended lectures by Leopold von Ranke, the founder of history as a respectable academic discipline based on sources and records rather than personal opinions. He spent part of 1841 at the University of Bonn, studying under the art historian Franz Theodor Kugler, to whom he dedicated his first book, Die Kunstwerke der belgischen Städte (1842). He taught at the University of Basel from 1843 to 1855, then at the Federal Polytechnic School. In 1858, he returned to Basel to assume the professorship he held until his 1893 retirement. He started to teach only art history in 1886. He twice declined offers of professorial chairs at German universities, at the University of Tübingen in 1867 and Ranke's chair at the University of Berlin in 1872.

Burckhardt is currently featured on the Swiss thousand franc banknote.



Work

Burckhardt's historical writings did much to establish the importance of art in the study of history; indeed, he was one of the "founding fathers of art history" but also one of the original creators of cultural history. According to John Lukacs, he was the first master of cultural history, which seeks to describe the spirit and the forms of expression of a particular age, a particular people, or a particular place. His innovative approach to historical research stressed the importance of art and its inestimable value as a primary source for the study of history. He was one of the first historians to rise above the narrow 19th-century notion that "history is past politics and politics current history."[4] Burckhardt's unsystematic approach to history was strongly opposed to the interpretations of Hegelianism, which was popular at the time; economism as an interpretation of history; and positivism, which had come to dominate scientific discourses (including the discourse of the social sciences).

In 1838, Burckhardt made his first journey to Italy and published his first important article, "Bemerkungen über schweizerische Kathedralen" ("Remarks about Swiss Cathedrals"). Burckhardt delivered a series of lectures at the University of Basel, which were published in 1943 by Pantheon Books Inc., under the title Force and Freedom: An Interpretation of History by Jacob Burckhardt. In 1847, he brought out new editions of Kugler's two great works, Geschichte der Malerei and Kunstgeschichte, and in 1853, he published his own work, Die Zeit Constantins des Grossen ("The Age of Constantine the Great"). He spent the greater part of the years 1853 and 1854 in Italy, collecting materials for his 1855 Der Cicerone: Eine Anleitung zum Genuss der Kunstwerke Italiens (7th German edition, 1899)("The Cicerone: or, Art-guide to painting in Italy. For the use of travellers" Translated into English by A. H. Clough in 1873), also dedicated to Kugler. The work, "the finest travel guide that has ever been written"[5] which covered sculpture and architecture, and painting, became an indispensable guide to the art traveller in Italy.

About half of the original edition was devoted to the art of the Renaissance. Thus, Burckhardt was naturally led to write the two books for which he is best known, his 1860 Die Cultur der Renaissance in Italien ("The Civilization of the Renaissance in Italy") (English translation, by S. G. C. Middlemore, in 2 vols., London, 1878), and his 1867 Geschichte der Renaissance in Italien ("The History of the Renaissance in Italy"). The Civilization of the Renaissance in Italy was the most influential interpretation of the Italian Renaissance in the 19th century and is still widely read. While quite controversial, its scholarly judgements are sometimes considered to be justified by subsequent research according to historians including Desmond Seward and art historians notably Kenneth Clark. Burckhardt and the German historian Georg Voigt founded the historical study of the Renaissance. In contrast to Voigt, who confined his studies to early Italian humanism, Burckhardt dealt with all aspects of Renaissance society.

Burckhardt considered the study of ancient history an intellectual necessity and was a highly respected scholar of Greek civilization. "The Greeks and Greek Civilization" sums up the relevant lectures, "Griechische Kulturgeschichte", which Burckhardt first gave in 1872 and which he repeated until 1885. At his death, he was working on a four-volume survey of Greek civilization.



"Judgments on History and Historians" is based on Burckhardt's lectures on history at the University of Basel between 1865 and 1885. It provides his insights and interpretation of the events of the entire sweep of Western Civilization from Antiquity to the Age of Revolution, including the Middle Ages, History from 1450 to 1598, the History of the Seventeenth and the Eighteenth Centuries.[6]

Friedrich Nietzsche, appointed professor of classical philology at Basel in 1869 at the age of 24, admired Burckhardt and attended some of his lectures. Both men were admirers of the late Arthur Schopenhauer. Nietzsche believed Burckhardt agreed with the thesis of his The Birth of Tragedy, that Greek culture was defined by opposing "Apollonian" and "Dionysian" tendencies. Nietzsche and Burckhardt enjoyed each other's intellectual company, even as Burckhardt kept his distance from Nietzsche's evolving philosophy. Their extensive correspondence over a number of years has been published. Burckhardt's student, Heinrich Wölfflin, succeeded him at the University of Basel at the age of only 28.

Politics

There is a tension in Burckhardt's persona between the wise and worldly student of the Italian Renaissance and the cautious product of Swiss Calvinism, which he had studied extensively for the ministry. The Swiss polity in which he spent nearly all of his life was a good deal more democratic and stable than was the norm in 19th-century Europe. As a Swiss, Burckhardt was also cool to German nationalism and to German claims of cultural and intellectual superiority. He was also amply aware of the rapid political and economic changes taking place in the Europe of his day and commented in his lectures and writings on the Industrial Revolution, the European political upheavals of his day, and the growing European nationalism and militarism. Events amply fulfilled his prediction of a cataclysmic 20th century, in which violent demagogues (whom he called "terrible simplifiers") would play central roles. In later years, Burckhardt found himself unimpressed by democracy, individualism, socialism and a great many other ideas fashionable during his lifetime.

He also observed over a century ago that "the state incurs debts for politics, war, and other higher causes and 'progress'.... The assumption is that the future will honor this relationship in perpetuity. The state has learned from the merchants and industrialists how to exploit credit; it defies the nation ever to let it go into bankruptcy. Alongside all swindlers the state now stands there as swindler-in-chief".[7]



Philosophy of History Part XII: Jacob Burckhardt: Civilization, Art, and Power Politics.

October 1, 2015 by Daniel Halverson 4 Comments

    I know too much of history to expect anything from the despotism of the masses but a future tyranny, which will be the end of history. –Jacob Burckhardt

Jacob Burckhardt (1818–1897) is the historian who, more than any other, is responsible for the concept of the Renaissance as a distinct historical epoch. Other historians had written about fifteenth- and sixteenth-century Italy, to be sure, but Burckhardt was the first to see the period as a unit, characterized not by the “rebirth” of antiquity, as Petrarch thought, but by the invention of something entirely new—modernity, which meant the birth of the individual and of the modern bureaucratic state.

He was born into one of the oldest and proudest families of Basel, which, with a few other families, ruled the city as a closed oligarchy until they were forced to grant a liberal constitution in 1847. This background led him, as it did many other aristocratic historians, to emphasize the role of the extraordinary individual in history, and to warn against the amorality and vulgarity of the newly enthroned “masses.” He studied under Leopold von Ranke as a young man, but his thought diverged sharply from his mentor’s. Where for Ranke the history that mattered was political history, for Burckhardt real history was the history of civilization, of high culture—compared to which politics was simply a monotonous record of crime and folly. Similarly, where for Ranke factual accuracy was everything, Burckhardt would have never dreamed of leaving out a revealing anecdote simply because it may not have actually happened. What mattered was to communicate the vital spark, the spirit of the age. And, where Ranke tried to treat the past systematically and exhaustively, Burckhardt never pretended to offer more than a general impression.


While visiting Italy, Burckhardt was inspired by its art, and, like another Gibbon, resolved to tell the story behind the monuments left behind by a forgotten era. He made his reputation with the two books that followed: The Age of Constantine (1853), and The Civilization of Renaissance Italy (1860), which studied the transition into, and out of, the Middle Ages, respectively. These won him a professorship in Basel, where he spent most of his life. He taught much, but wrote little, afterward. Offered Ranke’s old chair at the University of Berlin in 1874—then the very pinnacle of the historical profession—he turned it down. “In Basel,” he said, “I can say what I like.”




High culture was so important for Burckhardt because he believed it expressed, whether in a painting, a story, or a piece of music, the entire worldview of the artist, and more importantly, of the people who valued his art. Even though they might not be able to articulate their own thoughts and feelings so beautifully, they showed, by admiring and preserving it, that it spoke to them, and for them. But it was just because the Renaissance saw the birth of the individual that such art became possible. 

Medieval man, Burckhardt argued, thought of himself entirely in terms of society—his religion, his locality, his king, his order (i.e., aristocrat, clergy, or serf). The sum of these affiliations was the person. Dante, Petrarch, and Mirandola taught him to see in himself a unique and irreplaceable individual, who therefore had something unique and irreplaceable to express to his fellow men—something that had to be said before death foreclosed the possibility of speech forever.

This realization was not without its price, for it was not simply artists and authors, but also mercenaries, demagogues, and tyrants who felt the need for creative self-expression. They too had their art, and their plan to cheat death—the art of power, which they hoped would win them the immortality of fame. So the age of Michelangelo, Vasari, and Botticelli was also the age of Machiavelli, who instructed the world in the dark arts of power, of Cesare Borgia, who raped his sister, murdered his brother, and gleefully slaughtered civilians during every campaign, and of Julius II, who, though a pope, thought nothing of leading his armies in person, or of blessing the cannon before every battle. “How many,” Machiavelli wrote, “who could not gain distinction by praiseworthy acts, strove for it through disgraceful acts!”

According to Burckhardt, this is the essence of the modern state—a thoroughly amoral, power-obsessed monstrosity, only too ready to destroy the individual, and itself, simply because there is nothing to stop it. Certainly “the people” are not going to stop it, for they know everything, and, knowing everything, know nothing. It is only too easy for demagogues to get power over them by flattering their prejudices, and experience shows they will submit to practically anything that is packaged cleverly enough. Never particularly enthusiastic about liberalism, he became deeply hostile after the Franco-Prussian war (1871)—for Bismarck, that modern Machiavelli, used the war to transform a temporary alliance between petty German statelets into the German Empire. For

Burckhardt, its democratic politics, militarist foreign policy, and materialist philosophy perfectly expressed the brutal stupidity of the modern age, and heralded even worse things to come. He was sure that Germany would see the rise of a new kind of state, ruled by a “terrible simplifier,” and which knew no law but power.



Burckhardt’s views stood in direct opposition not only to those of Ranke, but also to the new positivist history of Karl Marx, which stressed the importance of economics and sought to reduce all history to a formula. He also rejected liberal history, which saw in the past nothing but the slow, steady march of reason through progress to the present. This was, for Burckhardt, simply history written by the winners, which ruthlessly and falsely silenced the voices of the vanquished. Needless to say, the historian of art championed the rights of history as art, and of the historian to rule, rather than to be ruled by, “mere facts.”

He was in many ways a reactionary who was out of step with his times, but it was just because of his isolation that he was immune to its worst vices. Blood and iron militarism, xenophobia, vulgar materialism, social Darwinism, and the mania for “scientific” socialism all passed him by, while he delivered prophetic but unheeded warnings about the slow, grim slide of democracy into tyranny. His influence is still felt in history and in political conservatism, but it remains most powerful in philosophy, where it was carried forward by his most brilliant student, Friedrich Nietzsche.

This post is the twelfth is a series on the philosophy of history; the previous article in the series is here, the next is here.

Daniel Halverson is a graduate student studying the history of Science and Technology of nineteenth-century Germany. He is also a regular contributor to the PEL Facebook page.

http://www.partiallyexaminedlife.com/2015/10/01/philosophy-of-historty-part-xii-jacob-burckhardt-civilization-art-and-power-politics/


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