9 de marzo de 2010

¿No es mejor la humildad en política?


El restablecimiento de la humildad política es un requisito previo para rescatar el slogan de la decencia política apropiadamente.

En la percepción que se tiene sobre la vida social, se trata de dos términos antinómicos; la decencia encierra la idea de dignidad en los actos y en las palabras; a la persona decente, la caracterizan la honestidad y la compostura. Como adjetivo significa honesto, justo, digno; e implica recato, respeto a las convenciones sociales; dignidad y honestidad en los actos y en las palabras; incluso respeto a la moral sexual. Se la asocia al estado o cualidad de tener decoro, a estar conforme a las normas vigentes de la propiedad o la modestia, a las conveniencias sociales o morales. La decencia refleja valores y actitudes personales subjetivos, culturalmente relacionados e históricamente cambiantes. La decencia muchas veces es motivo de burla, porque no es un valor para temerosos que se dejan llevar por lo que la comodidad y el placer dictan, es un valor que templa el carácter, lo fortifica y ennoblece.

A la política, por el contrario -no porque intrínsecamente así lo sea-, se la asocia a la falacia, a la promesa desmentida y al cinismo. Salvo pocas excepciones, el recuerdo que se tiene de quienes han gobernado es el de personas que mintieron, que usaron armas vedadas; ni hablar de aquellos que, además, manejaron mal los fondos públicos. Así se recuerda siempre a muchos que tuvieron poder político, incluso a aquellos que gozaron de gran popularidad. La lista de las negras experiencias es larga; la de los pocos que merecieron respeto es, contrariamente, muy corta. Por esta razón siempre tenemos sospecha cuando se habla de política, y peor aun cuando de moral en la política se trata.

Los dos términos implican juicios morales, y por lo tanto no son verdaderos ni falsos, de modo que el acuerdo en un juicio moral no descansa en ningún método racional, porque no lo hay. En la realidad usamos los juicios morales no solo para expresar nuestros sentimientos y actitudes, sino para producir esos sentimientos y actitudes en otras personas.

El empleo de este término ilustra el hecho de que como no hay establecida ninguna manera de decidir entre pretensiones rivales, las disputas morales se presentan como interminables. Sin embargo los juicios facticos son verdaderos o falsos, y en el dominio de los hechos existen criterios racionales sobre los que podemos cimentar el acuerdo sobre lo que es verdadero y lo que es falso [1].

Esto nos recuerda que la historia empírica es una cosa, y que la filosofía es otra totalmente distinta.

En relación a los aspectos empíricos considero que en gran parte de los casos en que se usa este término se emplean juicios facticos que no están basados en argumentos racionales. Parecen incluso que fueran deterministas. El determinismo no se puede suscribir [2].

La mayoría de las veces estos juicios no responden a preguntas sino son auto afirmaciones sin argumento: p.e. encuentro que se descalifica ideologías sin fundamento, en una actitud típicamente emotivista, se asume unilateralmente la democracia liberal sin examinar sus variantes y sus alternativas, se asume que sólo los amigos ideológicos son los decentes, y también se promueve la purificación de la política unidireccionalmente, todo lo cual hace ver la intolerancia frente al empleo sospechoso de este término.

Sobre este último punto parece que en esta purificación se buscaría revivir lo que Y. H. Yerushalmi ha señalado como la ideología de la limpieza de sangre que constituye el primer antecedente del racismo moderno, utilizando el término de “protorracismo"[3].

También se viene publicitando maniqueamente que toda ideología que no sea la liberal es autoritaria, y por lo tanto tampoco es merecedora del calificativo de decente. El liberalismo tiende a considerar que el núcleo principal del autoritarismo radica en la concentración de poder político. Por lo tanto sus principales políticas anti autoritarias se orientan a limitar, dividir y controlar el poder del Estado. El maniqueísmo político sostiene como única una ideología en contra de la rival: demoniza la contraria y hace perfecta la propia, cayendo muchas veces en la contradicción.

Sin embargo otros puntos de vista consideran que la principal fuente de autoritarismo radica en la desigualdad social, principalmente en el mundo económico. Las principales políticas anti autoritarias se orientan a atenuar las desigualdades sociales, ya sea mediante una mayor intervención del Estado, como por una política de distribución progresiva del ingreso y la promoción de mecanismos de negociación colectiva y diálogo social en el mundo del trabajo [4].

Igualmente maniqueos son los argumentos de quitarles autoridad a los políticos tradicionales o dársela a los jóvenes. ¿Qué garantiza que los jóvenes o los políticos tradicionales tengan autoridad?, esto también es maniqueísmo. La fuerza de la autoridad se halla en la autoridad moral, conquistada no por decretos o investiduras externas, ni mucho menos por imposiciones, sino por la coherencia entre el decir y el hacer, entre el hacer y ser. Esta es la coherencia que requiere la autoridad.

Cuando se postula lo secularizado y lo pluralista se está aceptando que la democracia es para salvajes, y la igualdad no es entre iguales, aspectos todos que requieren atención y reflexión que supere la expresión de preferencias o de sentimientos particulares.

Frente a estas breves referencias el problema en la política no es sólo que la persona sea decente, sino que la línea política que se siga sea una por donde no hayan entrado indecencias.

Conviene no olvidar que la decencia tiene que ver con la conducta responsable y respetuosa, por tanto digna, que se asume ante los ciudadanos, el país y ante la propia conciencia.

El término "Decente" viene de la antigua palabra latina decens, que significa lo apropiado. Lo que es apropiado es siempre contextual. Sin embargo, el contexto no lo dice todo, no se ocupa de las cuestiones morales fundamentales.

Sin una base moral, es imposible saber cuándo y cómo actuar. Aquí se encuentra la base de la cuestión planteada. ¿Podemos resolver la cuestión de "lo que es políticamente decente?" en cualquier entorno en general? Creo que es posible, pero difícil. Se requerirá un retorno a las premisas compartidas acerca de los fundamentos morales: Se requerirá un acuerdo de que las estructuras morales son permanentemente superiores a todos los demás objetivos políticos. Y será necesario el reconocimiento de que el nuestro es un universo en el que los fines y los medios no pueden distinguirse unos de otros.

El restablecimiento de la humildad política, ya sea en la forma descrita o cualquier otra, es un requisito previo para rescatar este slogan político apropiadamente. Y hay una cosa curiosa acerca de la humildad: es apropiada para todos y cada uno de los contextos. Siempre es decente. Y esto además es lo que le falta a quienes tratan de utilizar este slogan para sus disputas políticas.

[1] Un ejemplo lo encontramos en la jurisprudencia de los Estados Unidos:
'Any person who utters loud and offensive or profane or indecent language in any public street or other public place, public conveyance or place to which the public is invited . . . 'is a disorderly person." N.J.S. 2A: 170-29.1. < >
Es útil una referencia a algunos casos en la corte suprema de los Estados Unidos:

[2] La decencia contra la corrupción;
La decencia barrerá

[3] Yerushalmi, Y.H., (1993) «L'antisémitisme racial est-il apparu au XXe siècle? De la limpieza de sangre espagnole au nazisme: continuité et ruptures» Esprit. n. º Mars-avril. p. 5-35.

[4] La tradición autoritaria:


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